Moby Dick, Herman Melville
«En la búsqueda de su hijo perdido, sólo había encontrado a otro huérfano». Así finaliza la novela, y ahora Moby Dick me deja huérfana a mí. Han pasado ocho semanas desde que me enrolara junto a Ismael en la tripulación del Pequod ; desde que, como él, uniera el porvenir de mis días a los designios del tempestuoso Ahab y me embarcara en una travesía que hoy, literal y literariamente, tocaba fondo en algún lugar del Pacífico Norte para luego depositarse, con lentitud y suavidad, como una huella, en el órgano donde guardo los recuerdos más hermosos, las historias más emocionantes. Nunca una lectura había significado tanto un viaje , y hoy ya ha llegado a su fin. Como Ismael, observo los últimos vestigios de la nave y la agitación del medio —«la parte líquida del mundo»— que también han sido mi particular refugio aquí en tierra, donde tenía puestos los pies pero no la cabeza; ya no son sino recuerdos de una experiencia épica y grandiosa como la misma Ballena Blanca que la ha motivado. C...