El proxeneta, Mabel Lozano
«Paso corto, mala leche...»La primera vez que oí hablar de la trata de seres humanos fue hace unos 8 ó 10 años, cuando vi Tráfico humano, una miniserie canadiense de TV que abordaba con crudeza las diversas formas de captación de víctimas procedentes del Este, Latinoamérica y también Occidente para su posterior explotación como esclavas sexuales. Por aquel entonces también leí Un camino a través del sol, de Corban Addison, una historia de dos jóvenes hermanas indias que sobrevivieron al maremoto que sacudió el océano Índico en 2004 y acabaron en diferentes redes de trata; la mayor fue destinada a la explotación sexual y la pequeña a una red de narcotráfico. Lo descubierto a través de una y otra obra me impactó tanto que durante un tiempo me obsesioné y estuve informándome al detalle sobre el negocio de la trata; visioné las campañas que MTV y Unicef hicieron en su momento con varios artistas internacionales —Calle 13 y The Killers fueron algunos de los que denunciaron la trata en sus canciones Prepárame la cena y Goodnight, Travel Well, respectivamente— y busqué organizaciones que lucharan contra ello.
Mabel Lozano cuenta por primera vez la verdadera historia de lo que hay detrás de la prostitución de la mano de un testigo privilegiado, Miguel, apodado El Músico, un exproxeneta que ha confesado con todo lujo de detalles cómo ha evolucionado el negocio de la prostitución en España y todo el mundo, desde principios de los años noventa hasta hoy, con el negocio de la trata, sometiendo y esclavizando a mujeres de deuda para las que la única alternativa era la prostitución.
El Músico pasó de portero de un club a los diecisiete años, donde conoció a sus dos futuros socios —un camarero y un macarra—, a ser un todopoderoso jefe de la mafia y dueño de doce de los macroburdeles más importantes de España. Nada más y nada menos que capo de una red organizada y sin escrúpulos con un único objetivo: exprimir crónicamente a mujeres de todo el mundo —más de 1.700, incluido menores— para que se prostituyeran y le reportaran enormes beneficios.
Sexo, corrupción, asesinatos, trata de seres humanos, lavado de dinero, secuestros, extorsiones. La historia real de hechos probados en sentencias firmes sobre los más importantes proxenetas de nuestro país. Un relato jamás contado, apasionante y único sobre el crimen organizado que mueve los hilos de la prostitución y la trata.
De Mabel Lozano supe también por aquella época. Era de las pocas voces españolas que utilizaba su actividad y poder mediáticos como altavoz para denunciar sin medias tintas ni ambigüedades la prostitución, principal caladero de las víctimas de trata. Desde entonces le he seguido la pista a ella y su trabajo —documentales, charlas en institutos...—, de modo que, en cuanto supe de su nueva publicación, no dudé en hacerme con ella, máxime porque destripaba el funcionamiento de la actividad aquí en España, uno de los primeros países que implementaron lo que hasta ahora se me había antojado un negocio geográficamente lejano.
El relato de El proxeneta es espeluznante no tanto por las miserias por las que pasan las mujeres esclavizadas como por la cantidad de actores implicados en la trata a los que tenemos por profesionales de prestigio, honrados y civilizados: médicos, abogados, notarios, banqueros y taxistas se nos revelan como algunos de los principales sostenes del negocio, los que se encargan de arreglar las cosas para que, de cara a la justicia, todo parezca estar en orden y los criminales puedan seguir operando impunemente, siempre un paso por delante de la ley. No podía evitar acordarme, a medida que Mabel desvelaba las claves del negocio, de la película El lobo de Wall Street: todo me repugnaba por la cantidad de excesos, perversiones y corrupción desenfrenadas que desfilaban ante mis ojos, cometidas a plena luz del día en un sistema que aloja y ampara a los mismos criminales que dice perseguir.
Era muy fácil caer en el morbo de recrearse, con pelos y señales, en el calvario por el que pasan las mujeres víctimas de trata; sin embargo, Mabel acierta al alejar el foco de ellas y ponerlo en quienes hacen posible el negocio: por un lado, los proxenetas y los socios mencionados; por otro, los clientes o puteros. La agente interpretada por Mira Sorvino en Tráfico humano recordaba al final de la cinta que si la prostitución existe es porque hay una demanda, y Mabel Lozano hunde concienzudamente el dedo en esta llaga. Hay todo un capítulo dedicado a la tipología de clientes que frecuentan los burdeles o piden sexo de pago, y es repugnante comprobar que la inmensa mayoría de ellos son hombres respetables de cara a la sociedad, sus amigos y su familia. Como decía Vasili Grossman en Todo fluye, «lo más terrible en ellos son sus cosas buenas; lo más triste es que están llenos de cualidades y virtudes. Son hijos, padres, maridos amantes, cariñosos... Son gente capaz de hacer el bien, de tener éxito en el trabajo». Y, sobre todo, es gente incapaz de reconocer el delito ante sí, o bien porque se engaña —existe toda una batería de argumentos autocomplacientes en ese sentido— o bien porque no le importa el sufrimiento ajeno. A este respecto, no soy optimista: mucho me temo que uno de los motivos más recurrentes por los que se paga y consume sexo es la fantasía de poseer un cuerpo sumiso, el dominio sobre la carne sometida, con independencia de lo que ésta sienta y padezca. En definitiva: la satisfacción del propio deseo. Creo que hay hombres y mujeres capaces de tolerar este crimen porque un cuerpo prostituido (esclavizado) es un cuerpo deshumanizado, y la Historia ya ha dado suficientes ejemplos de que éste es el paso previo para atajar cualquier asomo de empatía del agresor hacia la víctima: cosificar, despojar de humanidad y dignidad al objeto de nuestro odio.
Por eso me parece muy importante también que Mabel Lozano insista en la falsedad del mito de la voluntariedad, ése según el cual la prostitución es un trabajo digno como otro cualquiera que las mujeres ejercen libremente y por voluntad propia, sin coacciones ni circunstancias personales que las empujen a ello; y que, por tanto, debe ser regularizado. Lo cierto es que quienes defienden semejante causa están dando carta blanca a las mafias que trafican con mujeres; no es de extrañar, de hecho, que el mismo discurso de legalizar la prostitución y las campañas mediáticas lanzadas al respecto fueran impulsadas y financiadas por los propios proxenetas, agrupados bajo esa tapadera llamada ANELA —Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne— y abogado mediante. No imagino a ninguna de mis compañeras de trabajo o excompañeras de estudios, con sendas titulaciones bajo el brazo y una cultura media-alta, decidir de un día para otro vender su cuerpo, lo cual da muestras de que la pobreza, el analfabetismo y una cultura de violencia son el caldo de cultivo de víctimas potenciales de trata y explotación sexual. ¿Cabe entonces hablar de elección libre y personal?
En una sociedad que encuentra mil y una maneras de justificar y tolerar la prostitución, quiero reivindicar la valentía de esta voz que no se cansa de gritar, aunque muy pocos la escuchen —por suerte, son cada vez más—, que los polígonos, las calles y los burdeles se nutren de la trata de personas, esa nueva forma de esclavitud en pleno siglo XXI que supone el negocio más lucrativo del mundo junto con el tráfico de armas y de drogas; esta voz que se desgañita denunciando la cosificación del cuerpo femenino y la consecuente normalización por parte de los hombres que pagan por él. Es la misma voz que señala la pasividad y, por tanto, complicidad de las instituciones; la que recorre colegios e institutos convencida de que el mundo puede cambiar, empezando por los más jóvenes. Por poco que consigan, ésas son las personas que realmente despiertan mi admiración, porque consagran su vida a una causa justa y ya no pueden separarla de ella, aunque eso las rompa por dentro y les quite el sueño las más de las veces. Sé, por entrevistas suyas que he leído, que Mabel Lozano también lucha contra sus propios demonios, los que le recuerdan que hay chicas a las que no ha podido salvar o que hay mujeres y niñas que son explotadas sexualmente a cada minuto, ahora, en este instante. Por eso, todo cuanto podamos hacer para dar a conocer su realidad y erradicar las prácticas que las conducen a ella es poco, empezando por difundir un testimonio como el de Miguel El Músico, el proxeneta. No lo exime de sus crímenes, pero es un comienzo.
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
Y lee... Lee muchísimo.
Comentarios
Publicar un comentario