El último viaje del Valentina, Santa Montefiore

Frívola, rebelde e insolente, Alba vive una juventud vacía, con un carrusel de amantes ocasionales que la visitan en la barcaza del Támesis al que llama hogar. Pero ninguno puede mitigar su angustia interior. Para poder amar realmente, la joven ha de enfrentarse antes a los fantasmas del pasado. Al recuerdo de la mujer de la que ha heredado su turbadora belleza. Al silencio de su padre, que se niega a revelarle nada. A la verdad sobre lo que sucedió en un pequeño poblado de la costa italiana, casi treinta años antes: una historia de amor apasionado en tiempos de guerra que ha quedado enterrada en el silencio. Para ello, deberá viajar hasta el lugar donde todo comenzó. A la costa italiana, donde el destino jugó una de sus crueles partidas tiempo atrás, y donde le espera el fantasma de una mujer envuelta en el misterio.
No daré demasiados rodeos: El último viaje del Valentina es mucho más trivial de lo que parece. Es probable que en manos de una escritoria como Belinda Alexandra —La gardenia blanca de Shanghái, Secreto de hermanas— o, incluso, Barbara Wood en sus mejores novelas —Bajo el sol de Kenia, Las Vírgenes del Paraíso—, pues ambas frecuentan este género narrativo, la historia hubiese alcanzado la intensidad que se desprende en la sinopsis. Sin embargo, Santa Montefiore, de quien nunca había leído nada anteriormente —cuál es mi sorpresa al descubrir que es esposa de Simon Sebag Montefiore, escritor al que leí hace muchos años y que me cautivó profundamente con Sashenka—, proporciona un tono a la novela que, en mi opinión, la desvirtúa: en ocasiones, cursi e insustancial como sus protagonistas —Alba aún tiene cierta complejidad, pero Fitz me parece absolutamente plano, y Valentina... De Valentina hablaré más adelante—, repleta de diálogos más propios de nuestros días que de los años 1944-1945 y 1971-1972, períodos en los que se ambienta esta historia. No podía evitar que el lenguaje y comportamiento de algunos personajes en determinados momentos de la novela se me antojaran ajenos a esos años, aunque el caso de Alba sí parece en absoluta sintonía con el despertar y empoderamiento de muchas jóvenes londinenses de entonces. 

La sensación de mediocridad que me deja El último viaje del Valentina se agrava todavía más por los errores de edición que derivan en algunas faltas de ortografía y por algún que otro fragmento curioso o extraño: en la página 346 —advierto de spoilers—, Cosima afirma que a la madre de Alba la mataron, pero ésta prosigue su conversación como si nada la hubiera sorprendido —Alba ha crecido creyendo que Valentina murió en un accidente de coche—. Seis páginas más tarde, la autora pretende dar un golpe de sorpresa al desvelarle a Alba, por boca de Lattarullo, que «Valentina murió asesinada», y es a partir de este momento cuando la protagonista comienza a conocer la verdad. ¿Por qué le pasó desapercibida entonces la afirmación de Cosima apenas unos momentos antes? 

Por otro lado, el personaje de Valentina, para el que tanto misterio parece reservarse a lo largo de todo el libro, me parece totalmente desdibujado: acaba revelándose como un personaje carente de toda la complejidad atribuida por los de su entorno, sin un motivo o razón aparente que la empuje a actuar de ese modo, como sí ocurre con Alba. Es decir: la autora parece querer hacernos ver que su promiscuidad se debe a cuestiones más complicadas —en algún momento asoma el tema de la guerra y su efecto en las personas, pero ello pierde fuelle rápidamente—; pero, al final, una sólo encuentra fines hedónicos en su conducta. El placer por el placer, sin más. 

Mención especial aparte merecen el arco de transformación de Alba y el final abierto de la novela. Ella me parece un personaje creíble —salvo la escena del acoso mezquino y redundante al "gordo del avión", como lo identifica la protagonista—, y creo que su punto de inflexión es realista y acertado: sólo una respuesta tan sucia y desagradable como la proporcionada por ese mismo pasajero podría haber provocado la voluntad de cambio en alguien como Alba, inconsciente hasta el momento del flaco favor que se estaba haciendo a sí misma. Y por eso también me alegra, a la par que considero coherente, la decisión final que toma, pues no es un personaje hecho para ataduras ni para doblegarse ante la voluntad de nadie. Ahora bien, que el misterio de la identidad de quien, un año más tarde, atraca en Incantellaria —ficticio pueblo costero italiano inventado por la autora— me  resulte un acierto o no dependerá del personaje que Santa Montefiore tuviera en mente cuando redactó ese pasaje. Y es que si resultara ser alguien distinto de Fitz —se nos empuja a creer que podría tratarse de Gabriele—, me parecería entonces que todos los rodeos que da la historia no llevan a ninguna parte. O sea: que no sirven para nada. Pero ésta es una opinión personal. 

En fin: El último viaje del Valentina no es la gran historia que imaginaba ni tiene la intensidad, riqueza histórica y gancho que le presuponía. Tanto es así que el personaje con más encanto de la novela se me antoja Viv... ¿Entretenida? Sí. ¿Las hay infinitamente mejores? También. Sólo puedo agradecerle a Santa Montefiore el haberme transportado, durante mis trayectos en metro, de vuelta a la costa italiana... 

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo. 


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