Falcó, Arturo Pérez-Reverte

La Europa turbulenta de los años treinta y cuarenta del siglo XX es el escenario de las andanzas de Lorenzo Falcó, ex contrabandista de armas, espía sin escrúpulos, agente de los servicios de inteligencia. Durante el otoño de 1936, mientras la frontera entre amigos y enemigos se reduce a una línea imprecisa y peligrosa, Falcó recibe el encargo de infiltrarse en una difícil misión que podría cambiar el curso de la historia de España. Un hombre y dos mujeres —los hermanos Montero y Eva Rengel— serán sus compañeros de aventura y tal vez sus víctimas, en un tiempo en el que se la vida se escribe a golpe de traiciones y nada es lo que parece.
Tenía muchísimas ganas de leer alguna novela de Pérez-Reverte. Desde hace un par de años soy lectora asidua de sus artículos —creo recordar que el primero que leí fue Es la guerra santa, idiotas— y no hay lunes que no acuda a mi cita semanal con Patente de corso, un rincón maravilloso en ese refugio literario que es Zenda. Siendo así, me parecía inconcebible e inaceptable que yo, que tantas veces había asentido con la cabeza mientras leía sus escritos, jamás hubiera sostenido un libro suyo entre mis manos —bien, esto no es del todo cierto. Hace muchos años leí, por obligaciones escolares, El caballero del jubón amarillo, pero ya se sabe: cuando las lecturas vienen impuestas, uno se enfrenta a ellas con menor receptividad y predisposición a disfrutarlas...—.

Mi padre, que es quien me descubrió los artículos de Pérez-Reverte, fue en cierta manera el culpable de que no pudiera resistirme al encanto de Falcó. Recuerdo pasear por la sección de libros de Fnac y detenerme a hojear las primeras páginas de la novela. Hubo algo en ellas que me recordó inmediatamente a los personajes interpretados por Humphrey Bogart, actor admiradísimo por mi padre, y pensé entonces que Falcó podría ser un buen regalo navideño para él; aunque, en el fondo, sabía que me estaba haciendo un regalo a mí misma. Las múltiples entrevistas al autor sobre Falcó no hicieron sino inclinar finalmente la balanza a su favor.

Un mes y unos cuantos días después de aquella escena, puedo afirmar que adquirir la novela fue todo un acierto: he disfrutado tanto con los vaivenes de Falcó a lo largo y ancho de España que, en más de una ocasión, estuve tentada de bajar un par de paradas más adelante de la que me correspondía con tal de acabar el capítulo de turno. Me abstraía tanto del barullo y tumulto del metro que, al cerrar el libro y proseguir con mi rutina habitual, me sentía arrancada de una ensoñación y devuelta bruscamente a la realidad. No quería interactuar con nadie; sólo seguirle la pista a Lorenzo, y así iba barruntando yo, de camino al trabajo, qué escenas se sucederían tras la postal que utilizo a modo de marcapáginas.

Gran parte de ese atrapamiento se debe al magnetismo de los personajes, cuyos caracteres parecen sacados de una novela de Dennis Lehane: concretamente, Lorenzo Falcó me ha recordado mucho a Joe Coughlin —no puedo esperar a leer Ese mundo desaparecido, la continuación de Vivir de noche—, y Eva Rengel bien podría ser una versión más cruda de Angela Gennaro, la tenaz detective y co-protagonista de varios títulos de Lehane. A propósito de Eva: no pude evitar regocijarme al ver confirmadas mis sospechas sobre ella desde el inicio, como tampoco sufrir inmensamente, más tarde, por un episodio suyo.

También el estilo narrativo de Pérez-Reverte en Falcó ágil, ácido y rotundo— me ha transportado por momentos a las sórdidas tramas urdidas por Lehane; y, aunque el resultado global del primero difiere completamente de las historias del segundo, siempre es un placer topar de nuevo con esa clase de personajes, diálogos —impagable el que mantienen Lorenzo y Chesca en el merendero— y frases lapidarias de la mano de otro autor. Es más, las mismas reflexiones que hice en torno a Vivir de noche, bien podrían aplicarse a Falcó:
(...) es un reflejo de cómo personas completamente diferentes, con valores e ideales completamente antagónicos, pueden llegar a actuar de la misma manera vil y cruel aunque cada uno lo haga en nombre de sus propias creencias. Pero al final, la novela nos enseña dos lecciones importantes: la primera, que el estilo de vida o la actividad a la que se dedica una persona no define en absoluto su bondad o su maldad. La segunda (...) es que de una vida de violencia nunca se sale impune: tarde o temprano acaba salpicándote.
Lo único que lamento de esta novela de Pérez-Reverte es la incertidumbre de si habrá continuación o no; tales son mis ansias de saber más sobre el destino de Lorenzo, Eva, el Almirante, Chesca... De lo que sí tengo certeza absoluta es de que no será el último libro suyo que pase por mis ojos y mis manos: ya estoy echándole un vistazo a otros de sus títulos. Mientras tanto, me queda recrearme en el recuerdo de una historia que ha hecho las delicias de mis idas y venidas en metro y, como de costumbre, ir al encuentro de sus artículos semanales. Hasta el próximo lunes, Don Arturo.

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo. 

Comentarios

Te puede interesar...

Parecidos razonables: El Castillo en el Cielo y Atlantis: The Lost Empire, ¿mera coincidencia?

El proxeneta, Mabel Lozano

El último viaje del Valentina, Santa Montefiore