Donde el corazón te lleve, Susanna Tamaro

Lo que no supimos decir nos dolerá eternamente y sólo el valor de un corazón abierto podrá liberarnos de esta congoja. Nuestros encuentros en la vida son un momento fugaz que debemos aprovechar con la verdad de la palabra y la sutileza de los sentimientos.
Viendo inminente el final de su vida, Olga decide escribir a su nieta una larga carta para dejar constancia de lo que ninguna de las dos ha sabido decir ni escuchar. Cuando la nieta regrese, sólo encontrará la relación de los pensamientos, sentimientos, delicadeza y esperanza, soledad y amargura que la vida ha ido tejiendo. Por la carta se sabrá cuál fue la historia de la familia, las peleas con la hija muerta, los desencuentros y las heridas que nunca cicatrizaron.
Me resulta muy difícil comenzar a redactar esta reseña; ahora mismo en mi cabeza se agitan multitud de sentimientos a la vez. Por una parte, está el hecho de volver a la rutina: escribir de nuevo sobre libros me hace sentir que definitivamente he regresado a lo cotidiano; atrás queda toda esa oleada de aventuras y descubrimientos realizados a lo largo de la Península Itálica durante casi cinco meses. Sentarse a escribir otra vez sobre esto es como borrar todo lo anterior de un plumazo, como dar carpetazo a esa etapa de viajes continuados que ahora se me antoja lejana y difusa como un sueño. Y no es que no echara de menos leer; todo lo contrario: el mismo día que regresé a España ya le pedí a mi madre un libro. No es casualidad que escogiera Donde el corazón te lleve, de Susanna Tamaro. Mantengo una curiosa relación sentimental con esta novela, y es una relación articulada a lo largo de todos estos años sobre hermosas coincidencias conectadas entre sí.

Hace 6 ó 7 años, estando en un instituto algo particular, vi este libro en la estantería de mi compañera de habitación por entonces. Pertenecía a su madre, pero ella no lo estaba leyendo. Me lo prestó y comencé a leerlo movida más por el aburrimiento que por una curiosidad desbordante; para mi sorpresa, descubrí en el interior de esas páginas toda una carga de emotividad, enseñanzas, sabiduría y, sobre todo, humanidad. Yo apenas tenía unos 13 ó 14 años, pero en esa etapa de mi vida sentí que hallé más comprensión en ese libro que en ninguna otra parte. Recuerdo que había tantas lecciones de vida y tantos buenos fragmentos para tener presentes en el día a día, que doblaba la esquina superior de las páginas para que no se me olvidara donde estaban ―en consecuencia, el libro acabó pareciéndose más a una especie de abanico―.Como no era mío y tenía que devolverlo, transcribí todas las frases y párrafos que me habían llamado la atención en un documento de Word. Así fue como, gracias a este libro, tomé por costumbre apuntarme las frases y fragmentos más significativos para mí de todas las novelas que leo. ¡Y es una costumbre que, hoy por hoy, perdura!

Días más tarde, mi compañera de habitación no devolvió, como yo pensaba, ese libro a su madre; lo regaló en una especie de mercadillo que celebramos en la residencia por el Día del Libro. Me dolió en el alma, creedme.

El caso es que Donde el corazón de te lleve no volvió a ocupar mis pensamientos en los años siguientes, si acaso de forma intermitente, aunque algunos fragmentos suyos me han acompañado siempre a lo largo de estos años. Uno de ellos fue el que desató la magia hace unos cuatro meses: mi compañera de piso turca y yo nos estábamos conociendo, apenas llevábamos muy poco tiempo en la casa, pero ya teníamos por costumbre quedarnos conversando por las noches. En una de esas conversaciones salió a colación este fragmento y dio la casualidad de que ella lo recordaba; también al libro, que por cierto ella había leído. El conjunto de emociones que me embargó en ese momento ya lo describí aquí y es un regocijo que conservaré siempre conmigo.

Al día siguiente le escribí a mi madre: le pedía que comprara ese libro, quería leerlo a mi vuelta. Sorpresa ―más aún― mayúscula cuando me dijo que ese libro lo tenía desde hace bastante tiempo en casa porque le llamó la atención, sólo que aún no lo había leído. ¡Y yo ignorando que esa novela había estado bajo mi mismo techo durante tanto tiempo, y sólo cuando me había ido lo descubría! Desde ese momento hasta hace una semana, la impaciencia que sentía por leerlo iba in crescendo. La gota de desbordó el vaso fue la carta que mi compañera turca me escribió para que la leyera durante mi trayecto de vuelta a España: finalizaba con el último párrafo de Donde el corazón de te lleve, que no podía ser más oportuno y acertado en ese instante.

Y ahora estoy aquí, con la novela a un lado del ordenador; la he terminado hace apenas unos minutos y siento tantas cosas a la vez ―nostalgia, cariño, pena, satisfacción, tranquilidad, tristeza...―, que tengo la sensación de que esto ha dejado de ser una reseña desde hace varias líneas y se ha convertido más bien en un repaso de esta particular historia de amor que mantengo con Donde el corazón te lleve. Releerla me ha supuesto muchas cosas indescriptibles en este mismo instante. La persona que ha leído esta novela en dos ocasiones ha cambiado mucho desde la primera lectura hasta la segunda, y sin embargo la novela no ha hecho sino provocarme los mismos sentimientos pero elevados al cuadrado. Fragmentos que antaño me pasaron inadvertidos han sido los que más me han calado en esta última lectura, y viceversa: frases que entonces remarqué como las más importantes no son las que hoy consideraría las más trascendentes. Es la magia de leer un mismo libro con diferentes edades, ya lo decía mi abuela materna.

Me gusta pensar que Donde el corazón te lleveVa' dove ti porta il cuore en la versión original― es mi novela por diferentes razones; dejando a un lado coincidencias importantes como las mencionadas y casualidades algo más estúpidas ―la primera publicación fue en mi año de nacimiento, la autora es italiana, en algunos puntos la historia transcurre en lugares que he pisado...― con las que me divierto, creo que jamás me he sentido tan identificada y, por consiguiente, he hallado tanta comprensión, como con el personaje de Olga y determinados aspectos de su personalidad. Leer sus cartas me ha supuesto, tanto la primera como la segunda vez que lo leí, una especie de catarsis, de terapia, especialmente si tenemos en cuenta que cuando descubrí la novela, yo estaba atravesando una etapa complicada y que Susanna Tamaro, la autora, refleja muy bien con los personajes de Ilaria y su hija: la adolescencia. Cuando ves tus miedos, tus inquietudes y tus anhelos escritos por otra persona, es más fácil reconocerlos, asumirlos y aceptarlos. Te da fuerzas para continuar pese a que en lo más profundo de ti sepas que jamás llegarás a estar completamente en sintonía con tu entorno. En un mundo en el que «El carácter (...) es mucho más apreciado (...) que la personalidad» y la superficialidad y las tendencias pasajeras dominan la vida la gran mayoría, hallar comprensión en un libro supone paz para el alma. Y es la prueba definitiva de que, quien lee, nunca está solo: en algún momento de su vida, el escritor o la escritora se sintió igual que tú y decidió dar rienda suelta a su dolor canalizándolo a través de uno o varios personajes que ahora perviven bajo tu piel. Es una de las profesiones más hermosas y uno de los legados más hermosos que se pueden dejar en este mundo. Por eso cierro Donde el corazón te lleve y, por encima de todos los sentimientos que me embargan al encontrarme de nuevo con la cubierta, siento gratitud: gratitud y tranquilidad.

Imaginad mi estado emocional cuando, sentada en el bus de Teramo a Roma y tras haberme despedido hasta quién sabe cuándo de mis amistades Erasmus, leí esto al final de la carta que me escribió Gizem...:
Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve
Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.




 

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