La facultad de las cosas inútiles, Yuri Dombrovski
El pasado mes de diciembre recibí por mi cumpleaños un libro con un título, cuanto menos, sugerente: La facultad de las cosas inútiles.
No era una novela que me resultara extraña; ya le había echado el ojo
hacía un tiempo, precisamente porque me llamó la atención su título tan
original, que no es de los que se olvidan fácilmente. Sabía además a lo
que me enfrentaba: contaba con la experiencia de arduas lecturas como Dr. Zhivago de Borís Pasternak; Anna Karénina de Lev N. Tolstói, Vida y destino de Vasili Grossman y, más recientemente, Lolita de Vladimir Nabokov, por lo que era muy consciente de la paciencia,
esfuerzo, concentración y, sobre todo, tiempo, que me supondría leer la
novela de Dombrovski. Como todo buen clásico ruso requiere.
La facultad de las cosas inútiles, iniciada en 1964 y concluida en 1975, culminación de su carrera literaria, es una novela que nos habla del destino de los valores de la civilización cristiano-humanista en un mundo anticristiano y antihumanista, así como de los individuos que se imponen la tarea de custodiar estos valores e ideales, «cosas inútiles» para el régimen estalinista. Con este libro, Dombrovski ha construido el último y más seguro refugio para salvaguardar nuestra memoria de las manos sangrantes de los totalitarismos. Un resplandor de valentía, inteligencia y dignidad para guiarnos entre las tinieblas del horror.
Sucede cada vez que acabo un libro de colosal envergadura moral y filosófica: las palabras no acuden a la mente. Siento que escriba lo que escriba, me explaye más o menos, no podré transmitir ni un ápice de lo que significa esta novela.
Cualquier reflexión al respecto se queda corta y sé que lo escrito no
le hará justicia. Cuando leí la última página ―un final absolutamente
perfecto en tanto que realista e irónico como la vida misma―, no podía
menos que exclamar para mis adentros expresiones de sorpresa porque es de esas historias que te dejan en shock durante
unos minutos. No por emocionantes, por absorbentes o porque lo
mantienen a uno en vilo hasta el final, sino por increíbles.
Especialmente cuando se trata de historias reales: La facultad de las cosas inútiles
está basada en la propia experiencia personal de Yuri Dombrovski, quien
fue detenido, enviado a los campos siberianos y, finalmente, exiliado
en Kazajistán ―exilio interno, se llamaba―.
La novela, tal y como señaló acertadamente Publishers Weekly, «nos adentra en el mundo surrealista de la Unión Soviética de Stalin». De ahí la incredulidad del lector mientras lee La facultad de las cosas inútiles: ante los episodios tan sumamente descabellados, casi paródicos por la propia ridiculez de las situaciones ―y que, no obstante, produjeron detenciones, torturas y asesinatos en masa―, uno se pregunta cómo es posible que la (in)humanidad haya engendrado, alimentado y permitido semejantes sistemas. Mi madre supo resumirlo con contundencia en una sola frase: «es el experimento más bochornoso de la historia». Y es, sobre todo, un fracaso de los hombres.
La novela, tal y como señaló acertadamente Publishers Weekly, «nos adentra en el mundo surrealista de la Unión Soviética de Stalin». De ahí la incredulidad del lector mientras lee La facultad de las cosas inútiles: ante los episodios tan sumamente descabellados, casi paródicos por la propia ridiculez de las situaciones ―y que, no obstante, produjeron detenciones, torturas y asesinatos en masa―, uno se pregunta cómo es posible que la (in)humanidad haya engendrado, alimentado y permitido semejantes sistemas. Mi madre supo resumirlo con contundencia en una sola frase: «es el experimento más bochornoso de la historia». Y es, sobre todo, un fracaso de los hombres.
El mundo está en poder de hombres mezquinos. (…) De hombres que no ven más allá de sus botas. Son gentuza, enchufados, don nadies, Kuteikins, pero el mundo se va a pique por ellos. No por su fuerza, sino por su debilidad.
(...) ¿Para qué odiarlos? Ni siquiera llevan una existencia propia, son la nada. No saben lo que hacen. Pero por culpa de ellos el mal se propaga en círculos concéntricos por todo el mundo.La facultad de las cosas inútiles se sitúa en el verano de 1937 ―«año nefasto, tórrido, preñado de un terrible futuro»―, en plenas Purgas estalinistas. Zibin es el principal protagonista de la historia, víctima de los hechos que en el libro se relatan y salvaguardia de los valores humanistas elementales, que son los que le permiten resistir durante el extenuante proceso de instrucción al que es sometido y a través del cual «el alma, como dice Séneca, es exprimida gota a gota». Con él asistiremos a algunos de los diálogos más impresionantes de la novela, pero especialmente destaco el que tiene lugar entre Kornílov y el padre Andréi ―el episodio concerniente a ellos dos me dejó realmente impactada―: un repaso al juicio de Jesucristo que condensa en sí mismo todo el sentido de la obra. No en vano, el padre Andréi explica que esa historia le parece totalmente auténtica porque «todo lo referente a ella es amargo y poco atractivo de un modo típicamente humano». El miedo, la debilidad de las personas, las traiciones... Sobre todo las traiciones.
Escuché todas sus conferencias sobre Cristo. Sobre Cristo y dos discípulos. Uno lo traicionó de manera abierta, el otro a escondidas, y con tanta destreza lo hizo ese diablo que ni siquiera hoy se sabe su nombre. Primero, el famoso, Judas, se ahorcó, pero quién fue el segundo, nadie lo sabe. (...) ¿Por qué debería haberse ahorcado? ¡Nadie tenía la menor idea de quién era él! Quien traiciona abiertamente se ahorca, pero los otros no, ¡viven!Pasando a aspectos más formales de la novela, he de reconocer que el estilo de Yuri Dombrovski no me ha resultado tan complicado como, por ejemplo, el de Vasili Grossman en Vida y destino. Pese a la complejidad y profundidad de los hechos narrados en La facultad de las cosas inútiles, ésta se lee de forma muy ágil. No obstante, e imagino que esto ya es cosa de la editorial, el libro contiene muchísimas faltas de puntuación, especialmente en la apertura y cierre de los diálogos, lo cual me ha llevado a confusión en más de una ocasión. Respecto a la traducción, qué decir: el hecho de que corriera a cargo de Marta Rebón ―traductora también de Dr. Zhivago y Vida y destino en la editorial DEBOLS!LLO― fue el argumento definitivo para convencerme de que quería el libro.
No puedo concluir esta reseña sin explicar qué es eso de "la
facultad de las cosas inútiles" a la que se hace referencia en momentos
puntuales de la novela. Pues es, en primera instancia, la antiquísima disciplina del Derecho
―no olvidemos que la historia gira en torno a un proceso judicial―
impartida en las aulas y que los jóvenes estudiantes, arrastrados por la
espiral de locura del régimen estalinista, pervierten y corrompen, provocando que una palabra que debería ser garante de la Justicia acabe utilizándose para perpetrar los crímenes y legitimar la barbarie. Pero, en un sentido más amplio, las
cosas inútiles son todos esos valores, principios y conocimientos ―la
historia, la filosofía, el arte...― que nos hacen humanos y que los totalitarismos desprecian precisamente porque nos otorgan esa cualidad humana, y es por ello que para lograr sus fines necesitan despojar a la personas de su humanidad. ¿Cómo? Aniquilando esos valores, lo "inútil". Entonces, cuando el mal vence y oprime, el único refugio que nos queda se encuentra en la libertad de nuestra mente.
Los sabios marcianos que nos observan con sus instrumentos ultrapotentes se sorprendían y no acertaban a comprender de dónde, entre el gris y monocromo plasma humano, había surgido semejante milagro de luz. Y sólo los más sabios de ellos sabían que ese milagro se llama fantasía. Y que se desparrama con especial luminosidad cuando la Tierra, en su viaje planetario, entra en las negras y nebulosas regiones de Cáncer o de Escorpio, y vivir en la nube de esas radiaciones tóxicas resulta totalmente insoportable.
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
Y lee... Lee muchísimo.
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