El inocente, Gabriele D'Annunzio

El inocente narra la historia de un adulterio protagonizado por Tullio Hermil, un joven aristócrata italiano, refinado y libertino que, abrumado por una carga sensual incontrolable, profesa continuas humillaciones a su bella esposa Giuliana, traicionándola con hermosas mujeres. Tras un tardío intento de acercamiento a su esposa, Tullio comienza a sospechar que la sumisa Giuliana, tras soportar durante años tan dolorosas y repetidas infidelidades, se ha visto tal vez empujada a los brazos de otro hombre. Atormentado por los celos, Tullio enferma de odio irrefrenable que le lleva a enloquecer con terribles e irreparables consecuencias.

El inocente nos muestra la sociedad aristocrática italiana de finales del siglo XIX, honorable y virtuosa en apariencia, que oculta una realidad de hipocresía y engaño, celos y venganzas. Pero por encima de todo, El inocente es la historia de una confesión: «Preciso es que me acuse, que me confiese. Debo revelar mi secreto a alguien. ¿A QUIÉN?»
Con esa necesidad imperiosa de confesar su delito y la honda desesperación que el protagonista deja entrever en el uso de las mayúsculas, da comienzo el relato de Tullio Hermil o, más bien, del propio D'Annunzio: la obra contiene tantos elementos biográficos que es inevitable concebirla como una suerte de expiación. No son de extrañar, de hecho, las circunstancias bajo las que escribe la novela: «Gabriel D'Annunzio pasaba por un momento personal especialmente delicado, abrumado por problemas de índole familiar y acuciado por los acreedores». El Convento de Santa Maria Maggiore, en Francavilla al Mare —un municipio de la provincia de Chieti situado frente al mar Adriático, al sur de Pescara— desde donde escribe El inocente no hace sino incrementar la sensación de que estamos ante la constatación material de su voluntad de purgar el alma.

Así, dejando clara su intencionalidad desde el inicio —que, por cierto, me recordó mucho a aquél «Señoras y señores del jurado (...) Contemplen esta maraña de espinas» de Humbert en Lolita—, D'Annunzio nos adentra en la fascinante narración de un crimen que, aunque envuelto maravillosamente en un lirismo desenfrenado, no deja de ser un frío y calculado asesinato. Las referencias implícitas y explícitas a autores rusos son numerosas durante toda la historia, destacando la «gran influencia para la construcción de la figura delictiva de Tullio Hermil» que ejerce Crimen y castigo, de Dostoievski.

Y es que la novela es, en su mayor parte, un continuo monólogo interior de Tullio en el que recuerdos y cavilaciones se entremezclan; donde, en ocasiones, la visión de los hechos es alterada o deformada por esa cualidad multánime o trastorno de personalidad múltiple «en el que el individuo adopta dos o más personalidades distintas (cada una con su propio patrón de percibir y actuar)» y «asociadas con un grado de pérdida de memoria o amnesia». Ésta es, probablemente, una de las características más curiosas de la novela y que más desconciertan al lector: ¿hasta qué punto podemos fiarnos del relato de Tullio? ¿Qué es percepción y qué es realidad? Quiero decir, a lo largo de la historia asistimos a una minuciosa revisión de los acontecimientos por parte del protagonista, pero sólo conocemos su versión de los hechos. Algunas de sus suposiciones —por ejemplo, la identidad del ¿amante? de Giuliana— no llegan a ser confirmadas por el resto de actores del relato, son conjeturas que el mismo Tullio acaba dando por ciertas. Y escribo "amante" entre signos de interrogación por algunas frases de Giuliana —«¿Tú crees que la culpa es grave cuando el alma no consiente?»— y, sobre todo, por el fragmento que ella remarca en la novela de Tolstói, Guerra y paz, pues me inclinan a sospechar algo. Me gustaría ser más precisa a este respecto, pero podría desvelar detalles de la trama. Sólo añadiré que estaba tan segura de un aspecto que me sorprendió no verlo aclarado al final de la novela; final que, por cierto, no preveía y me pareció repentino. Y he aquí, creo, la trampa de El inocente.

Me comenta una usuaria, en respuesta a mi sorpresa por el final del libro, que ella tampoco sabe por qué no lo intuyó, a pesar de que «con ese título, el final es demasiado obvio», añade. Es posible. Uno espera a menudo que todas las incógnitas queden despejadas, y va avanzando hacia la última página esperando encontrarse, tarde o temprano, con tales resoluciones o confirmaciones. No ocurre eso aquí: únicamente contamos con el fluctuante punto de vista de Tullio Hermil, que es, a su vez, un compendio de múltiples ánimas. Y aunque la primera página del relato ya es bastante esclarecedora, personalmente creía que la víctima sería otro personaje.

Es precisamente esta espiral de locura, suposiciones, conjeturas y sospechas de la que Tullio nos hace partícipes la que convierte a El inocente en una interesantísima novela psicológica, escrita, además, con un talento y maestría envidiables. Más allá de la historia, creo que el mayor placer de esta lectura reside en el estilo narrativo de Gabriel D'Annunzio, que rezuma exquisitez y genialidad a través de todos los caracteres. Una figura, sin duda, curiosa, compleja y repleta de luces y sombras, como pude comprobar en este fantástico artículo sobre D'Annunzio, el verdadero culpable de que me lanzara a leer la novela. Es un reportaje que explora las facetas más controvertidas del autor, y un viaje a los recónditos más oscuros de su alma es lo que también hace Tullio Hermil a través de su confesión. Pero, ah, él mismo lo reconoce...: «De vez en cuando, el hombre encuentra en el sincero y supremo desprecio por sí mismo, ciertamente, una singular satisfacción.»

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.

 

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