La estrella de Babilonia, Barbara Wood

Un gran arqueólogo muere con un testamento misterioso. "A mi hijo dejo La estrella de Babilonia". El heredero, junto con una arqueóloga discípula de su padre, emprende la búsqueda del objeto misterioso. La pista que empiezan a seguir es complicada y la aventura, que les lleva a una ciudad en ruinas en el desierto sirio, se mezcla con secretos familiares y sociedades secretas de Alejandría.
Los dichos y expresiones populares son sabios, y deberíamos hacerles caso más a menudo. No sé por qué no me detuve con La casa maldita ni por qué su lectura fue incapaz de disuadirme de mi empeño de concederle otra oportunidad a su autora, porque el refrán es muy claro: a la tercera va la vencida. Pero yo quise ir más lejos y fui a por la cuarta. Craso error.

Terminé el libro hace un par de semanas y, sin embargo, no ha sido hasta ahora cuando me he decidido a retomar estas líneas. Sinceramente, me apetecía muy poco. Tras las frustradas expectativas con La casa maldita y la débil esperanza de reencontrarme, aunque fuera por última vez ―no creo que vuelva a leer una novela de Barbara Wood― con la misma magia que me cautivó en Bajo el sol de Kenia, toparme nuevamente con una historia, a mi juicio, mal resuelta, no ha hecho sino enturbiar mis primeras impresiones para con la autora.

Si bien en la anterior reseña manifesté lo poco que me gustaba el hecho de que Wood recurriera a menudo a los mismos arquetipos, casualmente en La estrella de Babilonia la autora modifica completamente su modo de narrar la historia y los patrones por los que suelen guiarse los personajes. Desaparecen las habituales protagonistas femeninas inseguras y pudorosas para dar paso a Candice Armstrong, una mujer de fuerte carácter, decidida, impulsiva e independiente cuyo objetivo en la vida dista mucho del matrimonio. Al mismo tiempo, cobran mayor protagonismo los personajes masculinos, entre los que destaca Glenn Masters, acompañante de Candice en esta historia y quien exhibe cualidades igualmente diferentes respecto a otros caracteres dibujados por Barbara Wood, tales como su taciturnidad y contención a la hora de hablar y comportarse. Aunque la tensión inicial entre ambos protagonistas discurre por derroteros absolutamente predecibles, me ha gustado este cambio de personalidades, más adecuado a la época en que transcurre la novela; allá, supongo, por los primeros años del presente siglo. No así tanto el nuevo estilo narrativo de la autora, que apuesta en esta ocasión por describir los hechos con un menor lujo de detalles y de forma más concisa y directa. Supone una desilusión y una extrañeza para una lectora a quien le cautivó precisamente su forma de narrar las anteriores novelas, aunque entiendo que haya a quienes este cambio no les disguste.

No obstante, dejando a un lado esa exitosa experimentación con personalidades diferentes y lo prometedora que resulta la historia en sus inicios, La estrella de Babilonia no me ha gustado. Tengo la sensación de que la historia personal y propósito de Philo se alejan de la tragedia y grandiosidad a las que aspiran para caer, en ocasiones, en un patetismo absurdo a medida que avanza el libro. Hay personajes que no aportan nada y de los que me pregunto, tal y como acaban, para qué han sido puestos ahí, como es el caso de Jessica Randolph. Determinadas escenas me resultan completamente inverosímiles (aviso, spoilers): ¿puede una persona sobrevivir a una bomba que estalla en la misma habitación donde se encuentra ella? Si, contra toda lógica, lo hace, ¿no resulta demasiado casual que logre descubrir y abrir, en tiempo récord para escapar de las llamaradas, una puerta secreta en un castillo en el que no había estado nunca antes? ¿No es, asimismo, una increíble casualidad que su compañero, estando en otra estancia e, insisto, no habiendo pisado nunca ese lugar, también consiga rápidamente encontrar y accionar el mecanismo que le permita llegar hasta esa otra persona en apuros? Pero lo que realmente me obligó a plantearme si aquello que tenía entre mis manos era el guión de una película de Hollywood ―mi madre hizo esta ingeniosa comparación cuando le conté lo descrito en estas líneas― o una broma de mal gusto fue el hecho de que los apoteósicos planes de Philo, calculados al milímetro, fracasaran por no haber incluido la opción de impermeabilidad en su reloj. No es broma. Y, sin embargo, fulminó de golpe y porrazo toda la seriedad y verosimilitud que se habían labrado cada una de las cuatrocientas anteriores páginas del libro.

Así las cosas, terminé la novela con una mezcla de estupor e incredulidad, y ni siquiera eso me sorprendió. Un profesor de lengua castellana nos dijo una vez que no había nada peor que leer una obra y no creérsela. Eso es lo que me ha pasado con La estrella de Babilonia: a medida que se sucedían los capítulos, la historia iba perdiendo jugo para mí y llegué al final con tanto escepticismo que ni su disparatado final me alteró en lo más mínimo.

Lejos queda la conmoción que me hicieron sentir los Treverton y los Wachera Mathenge. Me apetece volver a leer algo que me entusiasme, que me sumerja en complicados dilemas y profundas reflexiones, que no pierda el hilo ni la coherencia. Por eso concluyo aquí mi breve pero intensa historia de amor con las novelas de Barbara Wood: me enamoré a primera vista con Bajo el sol de Kenia; en Las Vírgenes del Paraíso cayó el velo del enamoramiento y vislumbré los primeros defectos; con La casa maldita la ruptura me pareció inminente y, finalmente, tras una segunda oportunidad con La estrella de Babilonia, resuelvo que nuestras diferencias son ya irreconciliables.

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.


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