El hombre sin rostro, Masha Gessen
Desde su llegada al poder en 1999, Vladímir Putin se ha hecho con el control de los medios de comunicación, sus rivales políticos han acabado encarcelados, exiliados o muertos, y el frágil sistema electoral ruso apenas se sostiene. Pese a las valientes manifestaciones de protesta por el fraude en las elecciones de diciembre de 2011, Putin sigue siendo el favorito para las presidenciales y Rusia ha vuelto a ser una amenaza para sus ciudadanos y para el mundo entero.
Masha Gessen ha vivido esta historia de primera mano, con las amenazas, el asesinato, el exilio y las misteriosas desapariciones de muchos de sus amigos y colegas. Su valor la llevó a volver a Moscú para contar el asombroso ascenso de Putin, tras hablar con fuentes que no hablarían con ningún otro periodista. Su relato de cómo un hombre anónimo se abrió camino hasta alcanzar un poder absoluto, y absolutamente corrupto, está destinado a convertirse en un clásico de la narrativa de no ficción.
El hombre sin rostro. No podía ser más acertado el título. A medida que uno va conociendo los hechos que se describen en este relato periodístico, la misma pregunta se repite de forma insistente en la conciencia del lector: ¿quién es Vladímir Putin? Si es verdad que «el alma, por fortuna, tiene un intérprete, a menudo inconsciente pero siempre fiel, en los ojos»*, ¿qué hay tras esa mirada gélida e inescrutable que el protagonista dirige con determinación al frente desde la portada del libro que sostengo entre las manos?
Me he enfrentado a esa cubierta en varias ocasiones; cada vez que, capítulo tras capítulo, sentía que iba conociendo más pero entendiendo menos. El de Masha Gessen es un relato complejo; no sólo por lo intrincado de muchas de las operaciones políticas, legislativas, policiales, económicas... Descritas en el mismo sino por la propia complejidad de la realidad, en este caso, rusa. Son tantas las incógnitas que rodean a algunos de los sucesos narrados, tantas las preguntas sin respuesta ―«que no haya una respuesta es en sí una respuesta»; me viene a la mente esta frase de la última película de Woody Allen que he visto en el cine― agolpadas en torno a los crímenes; y, sobre todo, es tal el misterio que representa la sombría figura del presidente... Una no puede por menos que afligirse por el trágico destino, esa eterna vida gris, a la que parece estar abocada la mayor parte de la población rusa.
Recuerdo cuando, hace seis años, viajé por primera vez a Rusia para conocer a algunos familiares y la amalgama de sentimientos encontrados que me suscitó aquella experiencia. En ese país he vivido algunas de las situaciones más disparatadas, y no por alocadas sino por impensables. Jamás olvidaré mis primeras impresiones al pisar suelo ruso: silencio, una fría hostilidad flotando en el ambiente, la indiferencia y, al mismo tiempo, severidad con que nos atendía el personal del aeropuerto, que a veces ni siquiera se molestaba en mirarnos a los ojos. Fue entonces cuando tomé súbitamente conciencia de que estaba en otro mundo, uno completamente diferente, y todas esas sensaciones se materializaban en un único color: el gris, que parecía cubrir como una pátina todo lo que veía ante mí. Claro que no hablo de los lugares turísticos que bullen de actividad ni de los centros envueltos en lujo y opulencia; me refiero a las zonas alejadas del tumulto, allí donde discurre la vida local, la auténtica.
Todos esos recuerdos acuden ahora a mi mente puesto que la Rusia que yo vi es la misma que describe Masha Gessen en buena parte de su libro, aunque ella se centra en las relaciones de poder entre las altas esferas. En concreto, hubo tres pasajes que me perturbaron especialmente: las gestiones de crisis correspondientes al hundimiento del submarino Kursk y a las tomas de rehenes en el teatro de Moscú y en una escuela de Beslán. El relato es espeluznante. Hace que me pregunte en manos de qué clase de personas están depositadas nuestra seguridad y nuestras vidas, y me estremece el hecho de no saber nunca con certeza la respuesta. Me parece que, en el fondo, y extrapolable al resto del mundo, ésa es la pregunta implícita en el título de la obra: ¿qué sabemos de nuestros líderes y de los poderes que mueven los hilos en la sombra? ¿Qué rostros se ocultan tras las máscaras y sonrisas que inundan luego nuestras calles bajo cualquier forma de propaganda? No sabemos nada, absolutamente nada, de lo que ocurre a espaldas ―y, en ocasiones, también a expensas― de nosotros.
Hacia el final del libro, la autora escribe, a raíz de las multitudinarias protestas ciudadanas en diciembre de 2011, lo siguiente:
Narrado de forma muy ágil y amena ―aunque confusa, a veces, por el continuo baile de años―, este relato periodístico de Masha Gessen es imprescindible para comprender la actualidad de Rusia; no sólo por las numerosas preguntas a las que da respuesta sino también por aquellas que deja sin contestar. Efectivamente: mi única certeza tras leer el libro es que es más lo que desconozco del mundo que lo que sé de él. La autora nos abre los ojos a una realidad oculta, ésa que nunca sale en los periódicos, y lo estremecedor es que apenas se trata de la punta del iceberg. No puedo sino recurrir a un diálogo de Un camino a través del sol (Corban Addison, 2012) para finalizar este post y preguntarme una vez más... ¿Quién es Vladímir Putin?
Me he enfrentado a esa cubierta en varias ocasiones; cada vez que, capítulo tras capítulo, sentía que iba conociendo más pero entendiendo menos. El de Masha Gessen es un relato complejo; no sólo por lo intrincado de muchas de las operaciones políticas, legislativas, policiales, económicas... Descritas en el mismo sino por la propia complejidad de la realidad, en este caso, rusa. Son tantas las incógnitas que rodean a algunos de los sucesos narrados, tantas las preguntas sin respuesta ―«que no haya una respuesta es en sí una respuesta»; me viene a la mente esta frase de la última película de Woody Allen que he visto en el cine― agolpadas en torno a los crímenes; y, sobre todo, es tal el misterio que representa la sombría figura del presidente... Una no puede por menos que afligirse por el trágico destino, esa eterna vida gris, a la que parece estar abocada la mayor parte de la población rusa.
Recuerdo cuando, hace seis años, viajé por primera vez a Rusia para conocer a algunos familiares y la amalgama de sentimientos encontrados que me suscitó aquella experiencia. En ese país he vivido algunas de las situaciones más disparatadas, y no por alocadas sino por impensables. Jamás olvidaré mis primeras impresiones al pisar suelo ruso: silencio, una fría hostilidad flotando en el ambiente, la indiferencia y, al mismo tiempo, severidad con que nos atendía el personal del aeropuerto, que a veces ni siquiera se molestaba en mirarnos a los ojos. Fue entonces cuando tomé súbitamente conciencia de que estaba en otro mundo, uno completamente diferente, y todas esas sensaciones se materializaban en un único color: el gris, que parecía cubrir como una pátina todo lo que veía ante mí. Claro que no hablo de los lugares turísticos que bullen de actividad ni de los centros envueltos en lujo y opulencia; me refiero a las zonas alejadas del tumulto, allí donde discurre la vida local, la auténtica.
Todos esos recuerdos acuden ahora a mi mente puesto que la Rusia que yo vi es la misma que describe Masha Gessen en buena parte de su libro, aunque ella se centra en las relaciones de poder entre las altas esferas. En concreto, hubo tres pasajes que me perturbaron especialmente: las gestiones de crisis correspondientes al hundimiento del submarino Kursk y a las tomas de rehenes en el teatro de Moscú y en una escuela de Beslán. El relato es espeluznante. Hace que me pregunte en manos de qué clase de personas están depositadas nuestra seguridad y nuestras vidas, y me estremece el hecho de no saber nunca con certeza la respuesta. Me parece que, en el fondo, y extrapolable al resto del mundo, ésa es la pregunta implícita en el título de la obra: ¿qué sabemos de nuestros líderes y de los poderes que mueven los hilos en la sombra? ¿Qué rostros se ocultan tras las máscaras y sonrisas que inundan luego nuestras calles bajo cualquier forma de propaganda? No sabemos nada, absolutamente nada, de lo que ocurre a espaldas ―y, en ocasiones, también a expensas― de nosotros.
Hacia el final del libro, la autora escribe, a raíz de las multitudinarias protestas ciudadanas en diciembre de 2011, lo siguiente:
Pero una cosa está clara al volver la vista atrás: una vez que se inició el proceso [de la caída de la Unión Soviética], el régimen tenía los días contados. Cuanto más aire caliente bombeaba en la burbuja dentro de la que vivía, más vulnerable se volvía a la creciente presión exterior.Cinco años después, el régimen de Putin no sólo sobrevive sino que su liderazgo se ha consolidado. Diversos acontecimientos internacionales, entre ellos la amenaza terrorista, han contribuido en buena medida a ello ―precisamente esta mañana, El País publicaba algo al respecto―. Por eso me resulta curioso y extraño leer esta obra y palpar, a través de sus páginas, la ilusión y esperanza rusas de entonces, que contrastan enormemente con la resignación, el miedo, el escepticismo... Que parecen predominar de nuevo en el ambiente. No deja de ser triste y tremendamente injusto para una sociedad que, aun con todos sus problemas, es única en el mundo. No en vano, existe algo que se llama «el alma rusa».
Eso es exactamente lo que está ocurriendo ahora. Puede que tarde meses o quizá unos pocos años, pero la burbuja de Putin estallará.
[...] ¿Qué les queda aún en su limitado repertorio? ¿Un atentado terrorista que permita a Putin declarar el estado de emergencia? Una decisión como esa no salvaría su régimen, pero sí que podría retrasar su caída un año o dos.
Narrado de forma muy ágil y amena ―aunque confusa, a veces, por el continuo baile de años―, este relato periodístico de Masha Gessen es imprescindible para comprender la actualidad de Rusia; no sólo por las numerosas preguntas a las que da respuesta sino también por aquellas que deja sin contestar. Efectivamente: mi única certeza tras leer el libro es que es más lo que desconozco del mundo que lo que sé de él. La autora nos abre los ojos a una realidad oculta, ésa que nunca sale en los periódicos, y lo estremecedor es que apenas se trata de la punta del iceberg. No puedo sino recurrir a un diálogo de Un camino a través del sol (Corban Addison, 2012) para finalizar este post y preguntarme una vez más... ¿Quién es Vladímir Putin?
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