El tren nocturno de la Vía Láctea, Miyazawa Kenji

Después de una lectura tan honda y reflexiva como Todo fluye, que me dejó trastocada durante algunos días, necesitaba evadirme a través de una literatura algo más ligera y luminosa. Cuando vi El tren nocturno de la Vía Láctea en lo alto de la estantería, recordé cómo y por qué había llegado a parar ahí: hace unos meses, mis padres alquilaron un anime ―algo muy inusual en ellos― titulado La isla de Giovanni, atraídos por su argumento y por la idea de que mi hermano pequeño también pudiese disfrutarla. El resultado, nada más lejos de la realidad, fue que acabamos viéndola nosotros sin él, y lo que al principio nos pareció un hermoso ejercicio de inocente animación japonesa acabó revelándose como un drama que nos llevó a todos al borde de las lágrimas.

A mi madre le marcó mucho, y las continuas referencias de la película a la obra de Miyazawa Kenji acabaron por convencerla de adquirir ese libro, que hace un par de semanas decidí transportar conmigo durante mis trayectos en metro.
El tren nocturno de la Vía Láctea narra el sueño de un niño en pos de la amistad y la felicidad; un viaje onírico e iniciático gracias al cual el protagonista comprenderá la dura realidad de la vida de una manera positiva y enriquecedora.

Las historias de Miyazawa se desarrollan en un mundo mezcla de realidad y fantasía en el que los elementos naturales interactúan de manera tan inverosímil como encantadora, y los personajes, a menudo animales o elementos básicos, como la tierra o el viento, están en perfecta conjunción con la naturaleza
.
Este libro es en realidad un compendio de tres cuentos: El tren nocturno de la Vía Láctea, que es el más extenso de todos ellos; Matasaburo, el genio del viento y Gouche, el violoncelista, una pequeña fábula sobre la perseverancia y la fe en uno mismo.

He de admitir que mis expectativas sobre la novela se han cumplido: no se trata de historias complejas ni de una gran profundidad psicológica, pero sí son hermosas y sencillas de una manera que sólo los artistas japoneses saben percibir y expresar. Es la belleza de lo cotidiano, de los detalles: el candor y la magia con que un niño proyecta su mirada sobre el mundo, al que moldea a imagen y semejanza de sus sueños e imaginación; las tempranas preguntas, ingenuas en forma pero absolutamente adultas en contenido, sobre la felicidad y el bienestar internos; el placer de la rutina escolar y de la vida campestre, que es, en definitiva, el placer de la sencillez... En este sentido, el cuento de Matasaburo, el genio del viento, es quizá el más intrascendente al ser un relato de la vida diaria de unos estudiantes en un pequeño pueblo junto a la pradera. No por ello es menos disfrutable: los detalles del paisaje y del clima que proporciona Kenji ayudan a configurar un espacio muy apacible en la mente del lector; uno en el que el viento ―elemento simbólico presente durante todo el cuento― llega, trastoca la vida de los protagonistas y se va, dejando una huella muy especial en todos ellos.

Pero, sin duda, el cuento que más he disfrutado es El tren nocturno de la Vía Láctea. Esta pequeña obra, en apariencia infantil, no hace sino tocar a través de la fantasía un tema tan oscuro como la muerte. Durante ese trayecto hacia las estrellas, los protagonistas Giovanni y Campanella pueden presenciar las escenas más bellas jamás imaginadas, pero también escuchar algunos de los relatos más tristes y conmovedores, como el de los niños del naufragio. Es en esa dicotomía donde crece la inquietud existencial de Giovanni y, gracias a la cual, se le revela finalmente el sentido de su vida.
―¡Ah! Este océano ¿no era el Pacífico? En algún lugar de su extremo norte, donde los icebergs van a la deriva, en un barco pequeño, luchando contra el viento, el agua helada y el frío intenso, hay gente que está trabajando con todas sus fuerzas. Cuando pienso en ellos, me da mucha pena. ¿Qué podría hacer para su felicidad?
Giovanni bajó la cabeza y se hundió en un sombrío estado de ánimo.
―¿Y qué es la felicidad? ―dijo el farero para consolarlo―. Por duro que sea, si seguimos el camino recto, ya sea cuesta arriba o cuesta abajo, nos acercamos paso a paso a ella.
―Así es. Solo que, para alcanzar la verdadera felicidad, tenemos que pasar innumerables penas ―agregó el joven con gran seriedad.
(...)
«¿Por qué me siento tan infeliz? ―pensó [Giovanni]―. Debo tener el corazón más limpio y abierto. Allá en la orilla opuesta se ve un pequeño fuego, brillando azulado entre brumas. ¡Parece tan silencioso y fresco! Mirándolo bien quizá pueda conseguir la paz de espíritu.» Giovanni, sujetándose la cabeza ardiente entre ambas manos, continuó contemplándolo: «¡Ah! ¿No habrá nadie, nadie que pueda acompañarme para siempre? (...)
En resumidas cuentas, El tren nocturno de la Vía Láctea y el resto de historias que lo siguen en esta edición de Satori son una bella reflexión sobre la dicha, los cambios que insuflan aire nuevo en nuestras vidas y la confianza en uno mismo. Es literatura escrita desde la ligereza de espíritu y la tranquilidad que proporciona saberse en armonía con el entorno, ambas palpables en cada página y metas a las que Miyazawa Kenji nos invita a unirnos a través de su narración. 
Y si, desde dentro del agua de este río celeste, miramos en todas las direcciones, del mismo modo que ocurre con la verdad, que cuanto más profunda, más azul se ve, a lo lejos, en la profundidad de la Vía Láctea, podemos observar una infinidad de estrellas juntas (...)
Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.



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