El vino de la soledad, Irène Némirovsky

Descrita como la novela más personal y autobiográfica de Irène Némirovsky, El vino de la soledad (publicada en 1935) recrea el destino de una adinerada familia rusa refugiada en París, y describe la venganza de una joven contra su madre, motivo que la escritora ya había tratado en esa pequeña joya literaria que es El baile. Con una mirada inteligente y ácida, la novela sigue a la pequeña Elena de los ochos años a la mayoría de edad, desde Ucrania hasta San Petersburgo, Finlandia y finalmente París, donde la familia se instala tras el estallido de la revolución rusa, en un recorrido paralelo al que realizó la propia Némirovsky. La madre de Elena, una mujer bella y frívola de origen noble, desprecia a su marido, un potentado judío, y a su hija. Cuando ésta se convierte en una joven hermosa y descubre que atrae al amante de su madre, comprende que ha llegado el momento de vengarse.  
El vino de la soledad es la novela que ha cerrado un año de lecturas memorables y la que ha dado el pistoletazo de salida a otros doce meses de historias por descubrir: me acompañó durante las últimas semanas de diciembre y la acabé el pasado 1 de enero de 2017, cuando regresaba de Bristol a Alicante en avión. Lo cierto es que fue curioso: contrastó ese espléndido final en que la protagonista por fin puede dar la espalda a un pasado de infelicidad y abandonar el que fue su hogar en los últimos años con mi vuelta a casa y a la rutina tras una semana de libertad y despreocupación absolutas.

Sin embargo, no ha sido hasta ahora cuando he podido sentarme a dedicarle unas líneas y hacer la reflexión pertinente: al regreso del viaje le sobrevino una sucesión de compras navideñas de última hora, exámenes y entrega de proyectos finales que, en conjunto, han supuesto una gran bofetada de realismo tras una semana de verdaderas vacaciones que, por primera vez en mucho tiempo, me permití el lujo de disfrutar. El vacío literario durante estos últimos días se ha hecho notar y no puedo esperar a tener otra novela entre las manos...

Ésta de Irène Némirovsky me ha gustado mucho. Se trata de un relato en que los cambios a los que asistimos como lectores no ocurren tanto en el espacio en que transcurre la acción como en el interior de Elena: El vino de la soledad recoge, al fin y al cabo, el tránsito de la infancia a la madurez de la protagonista, con su consecuente transformación física y, sobre todo, psicológica; fundamentalmente en lo tocante a la relación con su madre y en el autoconocimiento de sí misma. En este sentido, he disfrutado enormemente leyendo los pasajes en que Elena reflexiona sobre sí misma, su naturaleza, y la de quienes están a su alrededor:
Por primera vez pensaba con cierta ilación en su vida y en los suyos, en busca de elementos de dulzura y estabilidad en su propia existencia. Su forma de ser no le permitía rendirse a una desesperación inútil.
«(...) No, no leeré... Todos esos libros me hacen sentir inquieta y descontenta. Hay que estar contenta, ser como los demás. Esta noche, el vaso de leche, el pan con mantequilla, la última porción de chocolate antes de cepillarme los dientes... Cuando nadie me vea, esconderé el Memorial debajo de la almohada... No, no. Esta noche recortaré imágenes, dibujaré... Soy feliz, quiero ser una niña feliz» (...)
Pensamientos impropios y excepcionalmente lúcidos de una niña de diez años que «sentía la dura y amarga alegría de estar viva con una especie de embriagadora plenitud», alguien a quien la existencia se le ha revelado, a una edad demasiado temprana, como un camino de rosas plagadas de espinas. La infancia debería ser la salvaguardia de lo puro, inmaculado, cándido y genuino; un lugar sagrado en la memoria al que recurrir sin que los recuerdos se empañen o queden mancillados; un refugio, en definitiva. Y es precisamente la privación de ese resguardo lo que Elena no puede perdonarle a su madre: «¡Es un crimen traer hijos al mundo y no darles una pizca, unas migajas de amor! (...) Ahora es demasiado tarde. Jamás la perdonaré. Podría perdonarla si me hiciera daño ahora, como soy hoy en día... Sí, creo que la disculparía... Pero no se perdona una infancia destrozada». Tales fragmentos convierten la exploración a fondo de esa relación maternofilial en lo más destacable del libro, junto con la férrea y obstinada determinación de la protagonista, que logra conmoverme: 
Tiritaba de frío. Se había levantado viento, que llenaba el aire de un fragor furioso. (...) se quedó mirando el agua. «Me dan ganas de tirarme. Me gustaría morirme...» Pero sabía que no era cierto. Cuanto veía en ese momento, cuanto experimentaba, su misma desdicha, su soledad, y aquellas aguas negras, aquellas llamitas de farol agitadas por el viento, todo, incluso su desesperación, la impulsaba hacia la vida.
Se detuvo, se pasó la mano por la frente despacio y dijo en voz alta:
―No, no podrán conmigo. Soy valiente...
Se obligo a mirar el agua, a vencer la oscura atracción de aquellos palpitantes remolinos; respiró el viento a bocanadas y pensó: «Que me quede al menos eso... Soy mala, tengo el corazón duro, no sé perdonar, pero soy valiente... ¡Ayúdame, Dios mío!».
Finalmente, tras varios años de paciencia y contención, y superada la pérdida de dos seres valiosísimos en su vida, Elena puede por fin liberarse de las ataduras que la retienen junto a su madre. El camino que se abre frente a ella se presenta incierto y solitario, pero también excitante y, sobre todo, difícilmente superior en tristezas al panorama desolador que deja tras de sí. Me imagino esa última expresión serena, segura de sí, casi triunfal en el rostro de la protagonista, y es esa visión la que me permite cerrar la novela con la certeza y tranquilidad de que Elena queda en buenos manos: las de su porvenir.
Решать тебе, куда идти; в те дали, где туманами
Окутано всё впереди
не разбейся, моя девочка.

"Devochka Moya", Vera Brezhneva
El vino de la soledad es, en definitiva, una novela que recomiendo altamente no sólo por el lenguaje lírico ―aunque, a mi parecer, en ocasiones redundante― de Irène Némirovsky, sino también por la complejidad psicológica y el carácter turbulento de madre e hija, aspectos centrales de la historia y que una va saboreando con lentitud mientras posa la mirada ora en los sentimientos de la primera, ora en los de la segunda. Sin duda, una valiosa lectura para despedir las del pasado año y dar comienzo a las del presente

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo. 



 

Comentarios

Te puede interesar...

Parecidos razonables: El Castillo en el Cielo y Atlantis: The Lost Empire, ¿mera coincidencia?

El proxeneta, Mabel Lozano

El último viaje del Valentina, Santa Montefiore