Shutter Island, Dennis Lehane
No sé si fue la sensación de vacío que me dejó Ese mundo desaparecido ante la perspectiva de que fuera la última novela de Dennis Lehane que leería en mucho tiempo; o si, nada que ver con el anterior motivo, fue la canción On the Nature of Daylight del compositor Max Richter que taladra continuamente mi cabeza desde que la escuchara en The Arrival (2016) y que, más tarde, no sin cierta sorpresa, descubrí haberla escuchado antes en la adaptación al cine de Shutter Island, dirigida por Martin Scorsese en 2010. El caso es que repentinamente sentí la necesidad de releer esta novela de Dennis Lehane, de la que no recordaba haber disfrutado tanto cuando la leí por primera vez hace varios años. De hecho, ni siquiera recuerdo qué vi primero, si la película o el libro.
Verano de 1954. El agente federal Teddy Daniels llega a Shutter Island, isla en la que está ubicado el hospital Ashecliffe, un centro penitenciario para enfermos mentales. Se propone encontrar a una paciente desaparecida, una asesina llamada Rachel Solando, a medida que un huracán azota la isla. No obstante, nada es lo que parece. ¿Ha ido hasta allí para encontrar a una paciente desaparecida? ¿O le han enviado para investigar los rumores acerca de los radicales métodos psiquiátricos que se utilizan en esa institución? Unos métodos que posiblemente incluyan la experimentación con drogas, pruebas quirúrgicas terribles, contraataques mortales en la guerra encubierta en contra de los lavados de cerebro soviéticos...
La cuestión es que, en esta ocasión, he devorado la novela de principio a fin con sumo interés y fruición, echando un vistazo de vez en cuando a las páginas venideras antes de acabar cada capítulo, incapaz de contener las ansias de llegar a los pasajes más tensos y perturbadores. En este sentido, Dennis Lehane maneja hábilmente el suspense al combinar una trama intrigante y muy bien hilada ―va atando cabos de forma dosificada y sin dejar ni uno suelto―, con una narración ágil y angustiosa que refleja a la perfección la atmósfera ténebre e inquietante de Ashecliffe. Los fragmentos que relatan los sueños de Teddy, por ejemplo, son tan confusos y carentes de sentido como los mismos, y los momentos relativos al recuerdo de su historia de amor con Dolores son tiernos a la par que lacerantes:
(...) por una vez, él le había llevado flores, y ella simplemente era su amor, su chica, la veía acercarse, como si estuviera memorizándolo todo, él, su forma de andar, las flores, ese momento, deseaba preguntarle qué ruido hacía un corazón al romperse de placer, cuando el mero hecho de ver a alguien te llenaba de una forma que la comida, la sangre o el aire jamás podrían hacer, cuando uno se sentía como si hubiera nacido para un único momento, y ése, al margen de los motivos, fuera aquel momento.
El final de la novela la convierte en la más peculiar y sombría de las publicadas hasta ahora por Lehane, toda vez que sus historias suelen tener muchos elementos en común ―el carácter de los protagonistas, la situación espacial en barrios trabajadores o humildes, a menudo con altas tasas de delincuencia; negocios turbios, etc.― y concluir de forma más o menos certera, sin dejar lugar a dudas o incertidumbres. En Shutter Island, sin embargo, el final es algo más ambiguo: personalmente me resisto a creer en la versión que muchos, según leo en otros blogs y foros, han asumido con total naturalidad. Quizá sea mi obcecada inclinación a negar cualquier rastro de criminalidad o locura en quien, durante casi cuatrocientas páginas, no ha hecho más que transmitirme un profundo sufrimiento, un noble sentido de la lealtad y una adoración sincera y devota hacia su esposa. Y por eso me aferro casi con desesperación a las dos o tres pistas del libro que demostrarían la inocencia y lucidez de Teddy, empezando por el prólogo: unos extractos de los diarios del doctor Lester Sheehan ―pasaje obviado en la película― en los que él mismo se refiere a Teddy como tal ―quienes hayan leído la novela o visto el filme sabrán a qué me refiero―.
He de añadir que, aunque la película me parece una adaptación fiel y tiene el mérito de ser tan enfermiza y angustiosa como la historia que narra ―de hecho, no me gustó la primera vez que la vi, y no pude acabarla cuando quise darle otra oportunidad, hace ya varios años―, creo que la «manipula» ligeramente para convencer al espectador del final más conveniente o fácil de creer. La última escena incluye unos planos y matices ―por ejemplo, la frase citada― que adulteran, en cierta medida, el contenido de las últimas páginas de la novela. En este sentido, insisto, el final del libro me parece más ambiguo y pesimista. No tan evidente, en definitiva.
En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que estamos ante una gran historia, de ésas con las que sufres y te conmueves a partes iguales, y cuyos misterios te mantienen en vilo de principio a fin. Shutter Island es una lectura frenética que hará las delicias tanto de los estudiosos y profesionales de la psicología como de aquellos a quienes nos fascinan los mecanismos inextricables de la mente humana para hacer frente al sufrimiento.
No estoy loca. No. Sin embargo, ¿no es eso precisamente lo que dicen todos los locos? Ésa es la genialidad kafkiana de todo este asunto. Si no estás loco, pero la gente le ha dicho al mundo que sí lo estás, entonces todas tus protestas por demostrar lo contrario no hacen más que corroborar que tienen razón. (...) Digamos que el silogismo empieza con este principio: «Los locos niegan que están locos». (...) Segunda parte: «Bob niega estar loco». Tercera parte: el ergo. «Ergo: Bob está loco».Por otro lado, la palabra que garabatea la paciente Bridget Kearns en la libreta y el encuentro con la doctora en la cueva ―que en la película es negado por el doctor Cawley, pero no en el libro, del que cito el fragmento anterior― alimentarían todavía más mi esperanza de que Teddy es un buen hombre. A propósito: me parece muy acertada la frase con que concluye la adaptación al cine de Shutter Island: «Este lugar hace que me pregunte qué sería peor... Vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno».
He de añadir que, aunque la película me parece una adaptación fiel y tiene el mérito de ser tan enfermiza y angustiosa como la historia que narra ―de hecho, no me gustó la primera vez que la vi, y no pude acabarla cuando quise darle otra oportunidad, hace ya varios años―, creo que la «manipula» ligeramente para convencer al espectador del final más conveniente o fácil de creer. La última escena incluye unos planos y matices ―por ejemplo, la frase citada― que adulteran, en cierta medida, el contenido de las últimas páginas de la novela. En este sentido, insisto, el final del libro me parece más ambiguo y pesimista. No tan evidente, en definitiva.
En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que estamos ante una gran historia, de ésas con las que sufres y te conmueves a partes iguales, y cuyos misterios te mantienen en vilo de principio a fin. Shutter Island es una lectura frenética que hará las delicias tanto de los estudiosos y profesionales de la psicología como de aquellos a quienes nos fascinan los mecanismos inextricables de la mente humana para hacer frente al sufrimiento.
Una vez [Emily] me dijo que para mí el tiempo es sólo una colección de puntos de libro que utilizo para avanzar y retroceder en el texto de mi vida, y así poder regresar una y otra vez a los acontecimientos que me marcaron, a los ojos de mis colegas más inteligentes, como si tuviera todas las características del típico melancólico.
Quizás Emily tenga razón, puesto que la tiene a menudo.
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
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