Berta Isla, Javier Marías

Muy jóvenes se conocieron Berta Isla y Tomás Nevinson en Madrid, y muy pronta fue su determinación de pasar la vida juntos, sin sospechar que los aguardaba una convivencia intermitente y después una desaparición. Tomás, medio español y medio inglés, es un superdotado para las lenguas y los acentos, y eso hace que, durante sus estudios en Oxford, la Corona ponga sus ojos en él. Un día cualquiera, "un día estúpido" que se podría haber ahorrado, condicionará el resto de su existencia, así como la de su mujer. 
Me ha sorprendido mucho esta novela de Javier Marías. Nada había leído de él hasta el momento salvo sus columnas dominicales en El País; y, aunque no siempre comparto sus opiniones, me parece que es una de esas voces a las que hay que prestar atención más a menudo, no sólo por la lucidez, fundamentos y claridad con que expone sus ideas sino por el sano debate a que dan lugar. Quienes leen con superficialidad sus textos lo tachan a menudo de senil cascarrabias, pero a mí me ha parecido siempre un hombre que añora la solemnidad de otros tiempos en los que palabras como Honor, Lealtad, Distinción; en fin, «palabras con mayúscula», como diría su amigo y compañero de profesión Pérez-Reverte, no sonaban a cursilería del pasado sino a cualidades ennoblecedoras y necesarias.

Berta Isla es, en cierta medida, una reivindicación de ese mundo. Precisamente lo que más llamó mi atención de la novela fueron los diálogos entre los personajes; al principio creí que había cierta pedantería en ellos, 'las personas no suelen hablar así', pensé; pero luego, cuando leí la conversación  que mantienen Berta y Tomás en torno a una escena shakesperiana —cuántas lecciones vitales pueden extraerse de la literatura—, me pareció que nuestra cotidianidad sería muy distinta si tuviéramos tales debates de altura más a menudo entre nosotros. No sé si mejor en tanto que feliz y satisfactoria, pero sí, desde luego, más intensa y enriquecedora.

Llegué por casualidad a este relato de una espera. El libro no había despertado mi curiosidad en un primer momento, pero más tarde leí esta fantástica reseña de María José Solano Franco y no pude sino lanzarme a buscarlo con urgencia. La lectura que hace esta historiadora del Arte engrandece todavía más a la propia novela: acaba por redondear y definir el contorno de esa figura difusa que es Berta Isla, por disipar esa bruma que la envuelve —no en vano, son varias las alusiones al noviembre húmedo y lluvioso que describe Melville en Moby Dick—; porque, ¿con qué se llena más de una década de espera? Los días siguen, pero la vida se detiene; se produce un paréntesis en la existencia de Berta y sabemos que durante ese lapso se suceden algunos hombres y avatares propios de la crianza; sin embargo, nosotros, los lectores, también asistimos a lo que queda cuando regresa la soledad: tan sólo el silencio de quien se abandona a los recuerdos y las cavilaciones. Para mí, el verdadero misterio no es Tomás sino Berta. 
Elle avait eu, comme une autre, son histoire d'amour... No siempre reconocemos las historias de amor de los demás, ni siquiera cuando somos nosotros su objeto, su meta, su fin
Tiene mérito además que Marías haya sabido convertir en trepidante una historia en la que apenas suceden cosas, pues la mayor parte de ella narra esa especie de letargo en que se sume Berta mientras imagina todo tipo de destinos fatales que pueden haber arrastrado al marido desaparecido. Las escasas dosis de acción se reservan para Tomás, pero éste es el gran ausente de la novela, apenas tiene reservado un papel secundario y casi siempre vemos a través de la mirada de Berta. Aun así, Marías consigue envolvernos en este relato hecho de preguntas sin respuestas, ensoñaciones sin freno, sospechas sin confirmaciones, recuerdos cada vez menos nítidos. Su estilo sobrio y depurado —alguna vez ha hablado el autor de su particular modo de enfrentarse a la escritura, dedicando un día entero a cada página, revisándola y puliéndola hasta quedar conforme con el resultado—, aunque no exento de sensibilidad y cierta melancolía, dotan a Berta Isla del tono y ritmo idóneos para que nos zambullamos en ella y no nademos en la monotonía. No es nada fácil, creo, conseguir eso en una historia de estas características.

Este libro de Javier Marías no se convertirá en uno de mis favoritos, pero sin duda ha sido una primera toma de contacto muy prometedora con su particular universo literario. Quizá no lo haya leído en las mejores condiciones: me precipité al empezarlo, pues todavía tenía muy presentes a Las hermanas Romanov y el día que comencé Berta Isla recibí Moby Dick de Herman Melville, que estaba deseando leer desde hacía tiempo —curiosa casualidad hallarlo mencionado varias veces en la novela de Marías—. Ello no ha impedido, sin embargo, que disfrute muchísimo paseando por las orillas de esa solitaria, varada en mitad de la nada y expectante como si aguardara algo, isla llamada Berta.
Cuanto más se acerca uno a un objetivo, cuanto más se aproxima el regreso, menos se tolera cualquier demora añadida: llega un momento en el que veinticuatro horas más son un suplicio insoportable, para quien aguarda desde hace siglos.
Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.


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