La señora Dalloway, Virginia Woolf

Virginia Woolf (1882-1941) halló en la amalgama de sentimientos, pensamientos y emociones que es la subjetividad el material apropiado para escribir novelas y relatos que contribuyeron a forjar la sensibilidad contemporánea. Publicada en 1925, La señora Dalloway relata un día en la vida de una mujer de la clase alta londinense desde el punto de vista de una conciencia que experimenta con plena intensidad cada instante vivido, en el que se condensan el pasado, el entorno y el presente. La novela inspiró la película Las horas, protagonizada por Meryl streep, Julianne Moore y Nicole Kidman.
Fue precisamente esta película la que picó mi curiosidad por el personaje de Virginia Woolf y su obra La señora Dalloway, por lo que, en ese sentido, yo he hecho el recorrido inverso. Veo necesario aclarar, sin embargo, que Las horas está basada en una novela del mismo nombre escrita por Michael Cunningham, quien a su vez utiliza la obra La señora Dalloway como hilo conductor de las historias de tres mujeres diferentes y extemporáneas entre sí.

Vi Las horas hace un par de meses y sencillamente me cautivó: la historia misma, los diálogos, las actuaciones, la música, la fotografía... Es una película fantástica a todos los niveles; «el deslumbrante brillo de la perfección absoluta», dice un usuario en su crítica. Y me caló tanto que no pude quitármela de la cabeza durante varios días.

Con la resaca emocional ya no tan reciente que me dejó Las horas, me embarqué en la lectura de esta novela de Virginia Woolf y pude comprobar hasta qué punto la autora vuelca rasgos de su personalidad en Clarissa Dalloway, la protagonista. Tras la película, pasé varios días buscando información sobre la tormentosa vida de Virginia ―parte de la cual es reflejada magníficamente en el filme― y creo haber podido vislumbrar numerosos detalles en La señora Dalloway. Es como si la autora hubiera ido dejando caer, a modo de píldoras o de cuentagotas, pequeñas y sutiles dosis de información de su vida privada, sus emociones, sus sufrimientos, sus anhelos y sus frustraciones. Uno es capaz de leer entre líneas y de comprender la sombra constante de una preocupación ―¿tormento?...― que persigue a la escritora cual telón de fondo; fruto, por una parte, de las rígidas normas y convenciones de la época, el constreñimiento social ejercido tradicionalmente sobre las mujeres y que las ahogaba en la intimidad de sus casas; y, por otra, del rechazo e incomprensión históricas hacia las personas diferentes.

Porque ¿de qué va La señora Dalloway? Habla de gente ávida de vivir, deseosa de libertad y grandes pasiones ―Clarissa, Peter, Sally―, capaces de enamorarse y amar sin prejuicios ni convenciones; de poetas sumidos en la locura de sus fantasías y sus traumas ―Septimus― que no encuentran cabida en este mundo; de mujeres como Doris Kilman, desgraciada para el resto de su vida «por el simple hecho de ser desmañada y torpe»... Y, todos ellos, obligados a adoptar una máscara para sobrevivir, de un modo u otro, al juicio implacable que ejerce a diario la sociedad.

La señora Dalloway es un retrato de la vida misma: caminamos por la calle y nuestros pensamientos echan a volar a la par que nuestros pies se mueven, cualquier detalle basta para hacernos recordar algo y detenernos en ese instante; lo analizamos desde mil puntos de vista diferentes que nos conducen a otros recuerdos y consiguientes reflexiones; casi sin darnos cuenta nos hemos sumido en una profunda introspección y andamos ensimismados hasta que una distracción externa la interrumple súbitamente. El pensamiento es así de espontáneo. Toda la novela es eso: el salto continuo de una conciencia a otra de los distintos personajes con los que nos cruzamos en un día de la vida de Clarissa Dalloway, lo que nos permite conocer un poco de los dramas personales de cada uno. Me lleva a pensar de nuevo en aquella frase, atribuida a Platón, que dice que todas las personas con las que nos cruzamos están librando una dura batalla interior. Por eso hay que ser amable siempre.
(...) Clarissa tenía una teoría en aquellos días (tenían montones de teorías, siempre estaban teorizando, como les sucede a los jóvenes). Aquélla, en concreto, era para explicar su sentimiento de insatisfacción; no conocer a la gente; no ser conocido. Porque ¿cómo podían conocerse? Se veía a alguien a diario hasta que desaparecía durante seis meses, o durante seis años. Era muy poco satisfactorio, los dos estaban de acuerdo, conocer tan mal a las personas. Pero, yendo en el ómnibus que subía por Shaftesbury Avenue, Clarissa había dicho que le parecía estar en todas partes; no «aquí» (repitió la palabra tres veces, al tiempo que golpeaba el respaldo del asiento), sino en todas partes. Agitaba la mano, subiendo por Shaftesbury Avenue. Era todo aquello. De manera que para conocerla, o para conocer a cualquiera, había que buscar a las personas que los completaban, incluso los sitios. Clarissa sentía extrañas afinidades con personas a las que nunca había hablado, una mujer con la que se cruzaba por la calle, alguien detrás de un mostrador; incluso con árboles o con graneros. Todo ello desembocaba en una teoría trascendental que, dado su horror a la muerte, le permitía creer, o decir que creía (pese a su arraigado escepticismo), que, como la parte visible de cada uno era tan reducida comparada con la otra, la invisible, tan extensa, quizá esta última sobreviviera, unida de algún modo a esta o a aquella persona, o incluso ligada a ciertos lugares. Quizá, tal vez.
La verdad es que haber visto previamente Las horas me ha ayudado a seguir y comprender mejor La señora Dalloway, y viceversa: a medida que iba leyendo ésta, entendía también ciertos momentos o frases de la película. De hecho, lo concerniente a Clarissa (Meryl Streep) en el filme es un reflejo de cómo habría sido la vida de la señora Dalloway de haber nacido en el siglo XXI y en una ciudad tan liberal como lo es Nueva York. Las decisiones tomadas y el rumbo de su vida habrían sido radicalmente distintos.

La señora Dalloway es, en definitiva, una obra muy curiosa e interesante, probablemente lo más peculiar que haya leído hasta ahora por su condición de novela psicológica. Además es bastante ágil en general, aunque pueda resultar confusa por momentos. Y creo, insisto, que hay mucho de Virginia Woolf en este libro.

Cierro la novela y no puedo evitar pensar que qué humanos somos todos: sentimos con mayor o menor intensidad los momentos vividos, pero tomamos decisiones al fin y al cabo, y las consecuencias de esas decisiones pueden pesarnos durante toda la vida, salvarnos o, al menos, ayudarnos a sobrellevar de mejor o peor manera la existencia. Somos muy vulnerables, la vida es frágil y sólo hay una.
(...) había llegado a comprender que lo único que merecía la pena decir era lo que uno sentía. La listeza era una tontería. Se tenía que decir sencillamente lo que se sentía. (...) ¿Qué importancia tiene el cerebro (...) comparado con el corazón?
Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.

Comentarios

  1. Cada vez me sorprendes más :)

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  2. Me alegra que te haya gustado, gracias^^

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  3. La película de "Las horas" es magnífica, una de mis preferidas. EL libro lo es también, y por supuesto es también de los preferidos. En cuando a "La señora Dalloway", ciertamente Virginia Woolf está detrás y se muestra, con toda su complejidad, sus agudas observaciones sobre la naturaleza humana, sus indagaciones, sus búsquedas... Una personalidad la de Woolf tan fascinante y potente que era difícil no se reflejara en todo lo que escribió.

    Un abrazo.

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    1. Totalmente de acuerdo, Ana; también "Las horas" es de mis películas favoritas. Y sí, el de Virginia Woolf es sin duda un personaje fascinante, de hecho tengo pendiente leer su biografía. ¡Saludos!

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