La entrega, Dennis Lehane

Bob Saginowski lleva dos décadas tras la barra del Cousin Marv's, un antro de fieles parroquianos situado en un barrio obrero de Boston que la mafia local utiliza como punto de encuentro para sus negocios. Taciturno y solitario, Bob acude todas las mañanas a la iglesia de Saint Dominic en busca de respuestas a sus problemas de fe. Dos días después de Navidad, su monótona existencia da un giro inesperado cuando, de regreso a casa, rescata de un cubo de basura a un cachorro maltratado y conoce a Nadia, una mujer sensible con una enigmática cicatriz en la garganta. Sin embargo, lejos de augurar tiempos mejores, el doble encuentro es sólo el preludio de graves apuros: el bar sufre un atraco a mano armada, el inspector Evandro Torres indaga en el asunto, y las bandas rivales entran en acción. Aunque sin duda lo peor es la aparición de Eric Deeds, un ex convicto psicópata que reclama la propiedad tanto del perro como de Nadia, cosa que Bob, que casi a su pesar se ha encariñado de ambos, no está dispuesto a concederle. Así, lo que había comenzado como un cuento navideño deriva gradualmente hacia una violenta pesadilla.
Dennis Lehane nunca me defrauda. Así como hay escritores de quienes una novela nos cautiva pero el resto no suponen más que una decepción tras otra ―a menudo porque se limitan a repetir los esquemas argumentales o los arquetipos de sus personajes, situándolos en un tiempo y espacio diferentes―, el caso de Dennis Lehane es excepcional: sus obras siempre consiguen sorprenderme, sobrecogerme y atraparme. Coincido con el Daily Mail cuando afirma que «Lehane es uno de los grandes de la ficción criminal contemporánea»; no sólo por la solidez y atracción de las tramas que construye sino por la personalidad arrolladora de sus protagonistas y, sobre todo, porque explora siempre los recónditos más oscuros y deplorables de la naturaleza humana, allí donde muchos otros prefieren no adentrarse. No es de extrañar que sus historias estén salpicadas de drogadicción, psicopatía, pedofilia, fanatismo religioso, corrupción... En fin, multitud de formas de locura y violencia por medio de cuyas leyes se rige el mundo a la sombra, aquél ante el que preferimos volver la mirada hacia otra parte. Las sentencias que Dennis Lehane expresa por boca de sus personajes son continuas bofetadas a esta sociedad sumida en el letargo, el buenismo y el culto a la felicidad permanente
Antes, cuando la gente usaba el teléfono en público, se metía en una cabina y cerraba la puerta. O hablaba lo más bajo posible. Ahora la gente cuenta cómo hace sus necesidades mientras está en plena faena en el lavabo público. No lo entiendo. (…) Ya nadie respeta la intimidad de los demás. Todo el mundo quiere contarte todos los putos detalles de su vida. (…) Todo el mundo quiere contarte su vida, cualquier cosa, lo que sea, y no paran, nunca paran de hablar. Pero cuando llega el momento de demostrarte cómo son… Son débiles, Nadia. Les falta algo. Y disimulan hablando más y más, justificando lo que no se puede justificar. Y luego se ponen a soltar más tonterías de los demás. ¿Me entiendes? 
Y no es que sus protagonistas sean ciudadanos ejemplares, en absoluto: crecidos a menudo en un ambiente turbio y delictivo, se acogen a muchas de las normas imperantes en su entorno y se nos presentan plagados de luces y sombras. Son, con frecuencia, pecadores, pero aquí es donde Lehane introduce la honestidad y la lealtad características de sus personajes principales: conscientes de la magnitud de su pecado, ellos se autoimponen la penitencia. Se trata, en definitiva, de seres imperfectos, capaces de tomar y efectuar las decisiones más difíciles sin pretender vestirse con las ropas de la ejemplaridad y las convenciones morales. Es lo que los convierte, a diferencia de la mayor parte de la sociedad, en personas auténticas, coherentes con sus principios y consecuentes con sus actos. Por eso hay una pregunta que planea siempre sobre cualquier novela de Dennis Lehane, no menos presente en La entrega, y que ya nos arrojó Vivir de noche: ¿Puede un hombre ser al mismo tiempo un buen criminal y una buena persona?
―¿Alguna vez has pensado que habías hecho… no sé, algo imperdonable?
―¿Para quién?
―Ya sabes. ―Nadia señaló hacia arriba.
―Algunos días, sí, creo que hay pecados que no podemos redimir. No importa cuánto bien hagamos después, el demonio sólo espera que nuestro cuerpo nos abandone, porque ya tiene nuestra alma. O a lo mejor no hay demonio, pero morimos y Dios dice lo siento, no puedes entrar. Hiciste algo imperdonable; ahora te toca estar solo para siempre.
―Yo me quedaría con el demonio.
―Otras veces creo que Dios no es el problema. Que somos nosotros, ¿comprendes?
Ella negó con un gesto.
―No nos permitimos salir de nuestras jaulas.
En este punto, creo interesante detenerme en el personaje de Bob, muy distinto a los protagonistas masculinos ―Patrick Kenzie, Jimmy Markum, Danny y Joe Coughlin...― a los que Dennis Lehane nos tiene acostumbrados. El autor dibuja en esta ocasión una personalidad algo más retraída, atormentada e insegura; más vulnerable, en definitiva; y, quizá por eso, enternecedora, sensación que se hace más acusada durante los fragmentos en que Bob interactúa con Rocco, el perro. No estoy muy segura de que Tom Hardy haya conseguido captar y reflejar todos los matices de Bob Saginowski en la adaptación cinematográfica ―su interpretación del personaje difiere un poco de como yo lo había imaginado―, pero físicamente encaja a la perfección en el papel y la película, con guión del propio Lehane, consigue recrear bastante bien el alma de la historia.

He disfrutado tanto con La entrega y con la característica brillantez literaria de su autor que mentiría si dijera que no he tratado de alargar la lectura lo máximo posible... Porque si algún "defecto" tiene la novela, es precisamente su extensión: La entrega es más bien un relato corto que, sumado a la agilidad y dinamismo con que Lehane narra los hechos, puede leerse en un par de días. Por eso me obligaba continuamente a dosificar el número de páginas, limitándome a uno o dos capítulos diarios para estirar el placer de verme transportada al bullicio del Cousin Marv's o a la quietud solemne de Saint Dominic ―«De las nuevas [iglesias]... Bob no sabía ni qué pensar. Los bancos eran demasiado claros, había demasiados tragaluces. Lo hacían sentir como si estuviera allí para regocijarse por su vida en lugar de para reflexionar sobre sus pecados»―.

En fin, en dos certezas me reafirmo tras terminar la novela: la primera, que leer a Dennis Lehane siempre es un placer. La segunda, que nunca está de más recurrir a sus libros para recordarnos de vez en cuando ―ahora que precisamente se acerca la Navidad y los hogares, instituciones, centros comerciales... Se visten de solidaridad y buenas intenciones― la turbiedad del mundo en que vivimos; pero también para consolarnos con que, a veces, en medio de esta realidad cenagosa, sobresalen los pequeños gestos de algunos hombres buenos. Ésa es, creo, la moraleja de este singular y oscuro cuento navideño: «En el hombre, lo peor es lo habitual. Lo mejor es mucho más insólito».

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.


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