Mujeres sin Maquillar: 16 testimonios vitales

La historia de cómo Mujeres sin Maquillar fue a parar a mis manos es algo curiosa: me encontraba paseando nuevamente la mirada entre los numerosos títulos de la estantería y, de vez en cuando, me detenía a hojear aquéllos que, por alguna razón, conseguían llamar mi atención. En uno de esos vistazos rápidos abrí Mujeres sin Maquillar por una página al azar y leí la siguiente frase: «Existen dos películas maravillosas: Thelma y Louise (dirigida por Ridley Scott en 1991) y Tomates verdes fritos (dirigida por Jon Avnet en 1991) [...]». Entonces recordé que la primera la tenía muy pendiente desde hacía tiempo y que la segunda la había visto muchos años atrás, e inmediatamente cerré el libro. Ese mismo fin de semana vi Thelma y Louise y me caló tanto que me interesé por Mujeres sin Maquillar. ¿No son maravillosas estas extrañas casualidades?
Este es un libro de Mujeres porque nacieron Mujeres, que decidieron escribir sus historias de vida sin Murallas, sin Mirillas. Las hay Maduras y Más jóvenes, pero todas son Mujeres con valor, Mujeres con valores... y al vuelo de sus pasos encontraMos sufriMiento, fuerza, esperanza, independencia, Muerden pero no Matan... Ellas han Marcado el paso de sus vidas, todas son verdad. Son Mujeres sin Maquillar porque entienden que el pudor está sobrevalorado y Menosprecian la distancia y la hipocresía. Este es un libro para todos a los que les gusta Multiplicar el optimismo... pensando siempre: Mañana Más. Mujeres de Momentos que han Marcado la vida de alguien, que decidieron Mimar por encima de ser Mimadas y que han elegido escribir este libro para ayudar a hoMbres y a Mujeres, y como muchas son Madres, para tender la mano a los niños Maltratados de la Fundación O'Belén. Eso las hace Más grandes, a todas y cada una de ellas, que son Mujeres porque nacieron Mujeres.

Rocío Hidalgo Silvestre (Periodista)
¿Por dónde empiezo? Han sido dieciséis inspiradoras historias, una acto de brutal sinceridad tras otro; algunos relatos me han conmovido más, otros menos; los hay que han removido mi corazón y mi alma, como también los hay que me han dejado con la miel en la boca al poner punto y final cuando menos me lo esperaba; con algunas autoras siento haberme identificado muchísimo en determinados aspectos, al igual que me ha resultado difícil conectar con otras. Me ha supuesto, en definitiva, toda una vorágine de sentimientos, y enfrentarse a estos testimonios vitales es, sin duda alguna, todo un ejercicio de empatía, de ponerse en los zapatos de otra persona. 

No puedo entrar a juzgar el contenido de esta obra porque hacerlo sería juzgar las vivencias de estas dieciséis valientes: Alicia de Lara Fernández, Mª Dolores McCrory Martí, Julieta López de Mena y Rodríguez Campoamor, Carmen McCrory Martí, Mercedes Trapiello, Dulos Martí Cazorla, Pizca Cifuentes, Mª Dolores Martí Barceló, Victoria de Bonloc, Mamen Paramio Álvarez, Esperanza Soriano, Macarena G. Soriano, Elsa Martí Barceló, Mª José Heredia Chumillas, Carmen Robles e Isabel Aniel-Quiroga. Pero sí puedo, y quiero, comentar los valores que dejan traslucir sus protagonistas y la aportación personal tan enriquecedora que me legan, centrándome en aquellos relatos que más han tocado mi corazón:
No parece que ser mujer y además competente o «diferente» sea fácil en los tiempos que corren. Sin duda se trata de un proceso de discriminación positiva sutil y enmascarado. Tan sutil y psicosocialmente enmascarado como políticamente correcto. Los amigos y familiares se jactan por conveniencia ―que no convenientemente― de compartir lazos. Sin embargo, cuanto más piensen ellas, más alto hablen y más libremente se muevan, más se alejan del grupo. Son deseables, aborrecidas, líderes y olvidadas al mismo tiempo. Se las presume fuertes y los demás se olvidan de que tienen sentimientos, de que tienen miedos, de que tienen dudas; de que les necesitan.

La soledad de la mujer en el mundo actual: Una paradoja entre lo íntimo y lo público,
Alicia de Lara Fernández
Éste es el primer testimonio del libro y, por tanto, el que ya desde el inicio hizo que me reafirmara en la buena decisión de haberlo elegido como compañero de viaje. Resume a la perfección la impotencia y frustración de saberse diferente y no acabar de encontrar nunca el lugar en el que sentirse parte de algo o de alguien. Es la triste lucidez de quienes se conocen a sí mismas y conocen, al mismo tiempo, la dinámica social del entorno, razón por la que no pueden evitar percibir una especie de desajuste permanente entre ellas y el mundo, «donde lo de antes no les sirve y el hoy todavía no les ha encontrado, les hace sufrir, dudar de ellas mismas. Pero ¿con quién compartirlo?».

En mi caso, para bien y para mal, fue la filosofía de Nietzsche la que me ayudó a dotar de significado y explicación esa recurrente sensación de desfase; y, aunque es una lucidez que no da paz ni libera de sufrimiento, como dice Arturo Pérez-Reverte, «comprender siempre ayuda a asumir. A soportar». No a entender, desde luego, porque este rechazo histórico y endémico del conjunto social hacia lo diferente es algo a lo que jamás lograré encontrarle sentido. Tomates verdes fritos es, en ese aspecto, un hermoso ejemplo y un film maravillosamente resuelto ―sí, volví a ver la película. Cuando la vi por primera vez era demasiado pequeña como para prestarle la debida atención y el contexto académico en el que nos encontrábamos tampoco me motivó demasiado para ello...―.
Ese tipo de sacrificios para estar en todo momento perfecta son cosas que yo no conseguía entender. Supongo que no prestaba atención a esos asuntos.
A mí me importaban otro tipo de cosas: el cine, la literatura, hablar con la gente, pensar en mil cosas, imaginar historias y no perdía mucho tiempo el tiempo en cuidar mi aspecto físico o sacarme el máximo partido.

Mi amor es como el tuyo, Julieta López de Mena y Rodríguez Campoamor
Es casi un pecado seleccionar este fragmento cuando el relato del que lo extraigo versa sobre el sufrimiento que conlleva ser homosexual en una sociedad tan rígida e incompresiva todavía en determinados aspectos. Pero me retrotrajo a mis primeros años en la adolescencia y a ese sentimiento de desfase antes mencionado. No obstante, volviendo al relato de Julieta, probablemente sea el que más me ha conmovido de Mujeres sin Maquillar. Es tal la desazón que la autora expresa en determinados momentos, tal su angustia ante la posibilidad de ser homosexual, que una no puede por menos que preguntarse cuánto daño debemos de estar infligiendo como sociedad para que haya individuos a quienes descubrir su propia identidad les esté suponiendo una tortura psicológica; y, expresarla, un miedo asfixiante. Estamos fallando en lo más elemental si las personas sienten que, por su naturaleza, deben esconderse o camuflarse en el medio donde viven y se desarrollan como individuos.
Porque la gente no debe engañarse, Julieta siempre dice: «No os confundáis. Esto no es una opción, esto es como ser rubia, morena, alta o bajita. Se nace así. ¿Tú realmente crees que la gente elegiría algo así?»

Mi amor es como el tuyo, Julieta López de Mena y Rodríguez Campoamor
El proceso por el que pasa la autora hasta aceptar su propia condición es largo y tortuoso. Hace que reflexione también sobre hasta qué punto, a veces, sin darnos cuenta, condicionamos la vida de quienes están a nuestro alrededor. Creo que nunca somos del todo conscientes de lo mucho que podemos influir negativamente en el desarrollo personal de un individuo: basta una palabra, un juicio de valor, una opinión... Expresada sin mucho tacto o tino, para sembrar en el otro un miedo, un complejo, una inseguridad que no le abandonará el resto de su vida. En definitiva, y no puedo evitar ser sumamente tajante en esto: quien lea el testimonio de Julieta y siga sin ser capaz de comprender que hay tantas clases de amor como corazones, no es homófobo ni tiene miedo; sencillamente, como bien apunta Morgan Freeman, es imbécil.
Esa niña, que era yo, comenzó a acumular ansiedad. Y puede que para llamar la atención, quizá para llenar ese vacío interior o simplemente por el efecto sedante que tienen algunos alimentos, al llegar a la pubertad comencé a comer de forma desmesurada. Desarrollé un trastorno alimenticio conocido como el «síndrome del atracón» (...) Todo el orgullo que sentía por saberme resolutiva, válida, estudiosa, responsable (...) se iba al traste cada vez que me miraba en un espejo o me probaba unos vaqueros (...) mi peso ha sido una fuente inagotable de problemas; problemas con mi familia, que no entendía por qué no paraba de comer; problemas conmigo misma, que no entendía por qué no podía parar de comer (...)

La rabia que acumulas día a día contra el mundo, contra tu entorno, contra ti mismo, por no sentirte bien, por sentir que no tienes un sitio ni un propósito en el mundo y no saber cómo solucionarlo.
Los problemas pueden resbalarte, puedes cerrarte al mundo y hacer que las cosas te reboten, o puedes ir acumulando pequeñas espinitas que de vez en cuando se convierten en una enorme estaca que te pincha por dentro. Tanto es así que yo acabé viviendo durante mucho tiempo con una enorme cantidad de ira dentro de mí. Y no lo sabía.
Mi naturaleza bonachona y simpática sorprende a veces al chocar con unos ataques de explosión brutales (...) Mis enfados eran por acumulación, y volaban cosas, había portazos, miradas de odio, frases devastadoras... Según una inteligente amiga, este mal, que es en realidad un ataque de cólera, debería llamarse «el desequilibrio del primer momento», ya que pasados unos minutos todo se vuelve serenidad, calma... y arrepentimiento.

Familia separada, familia unida, Mercedes Trapiello
Nuestras circunstancias personales son diferentes ―aunque su causa u origen no lo sean tanto―, pero me une a Mercedes la manera que hemos tenido de enfrentar los problemas o, más bien, las vías de escape adoptadas ante los mismos. Este capítulo fue muy catártico en tanto que me hizo revivir algunos episodios recientes y no tan recientes, y detectar los propios sentimientos en las palabras de un desconocido siempre ayuda a comprender qué es lo que le sucede a uno por dentro. De alguna manera, es como si al leer este libro alguien hubiera colocado un espejo delante de mí que me devolviera el reflejo con un nivel de detalle insólito. Mentiría si dijera que algunos capítulos no me han trastocado el ánimo hasta un punto verdaderamente nervioso y desquiciante.

Otros de los relatos que me han conmovido profundamente han sido Mi madre tiene Alzheimer, de Dulos Martí Cazorla; Me han dicho que sales con un desahuciado, de Victoria de Bonloc ―la sinceridad de esta mujer es apabullante, lo desarma a uno por completo―; Un máster en vida, de Elsa Martí Barceló; Deconstrucción, de Mª José Heredia Chumillas y Volver a sonreír, de Isabel Aniel-Quiroga. Cuando pienso en las adversidades a las que han tenido que hacer frente estas mujeres, me doy cuenta de que, en realidad, sé muy poco de la vida. Yo jamás me he enfrentado a tales pérdidas o situaciones, y en comparación con ellas, todas mis preocupaciones vitales se me antojan nimiedades.
Tener un amigo con el que poder compartir todo, lo bueno y lo malo, lo que nos depara la vida ―ya que la amistad se basa en dar amor también― es otra clase de amor. Se puede querer de muchas maneras, pero es amor al fin y al cabo, lo que pasa es que se da de distinta forma, se da incondicionalmente. Es una relación de puro afecto y de entrega total como en el amor, y tiene muchas más cosas en común de lo que nos imaginamos: dar sin esperar a recibir, entrega sin condiciones, confianza, complicidad, y como he dicho anteriormente, tanto en la amistad como en el amor hace falta una entrega absoluta. Si complicado es el amor, no se queda a la zaga la amistad, ya que en cuanto se ponen en juego los sentimientos de las personas da igual que le entreguemos nuestro amor a un amigo que a un amante; enseguida se pondrá en marcha el mecanismo de los sentimientos y se mezclarán y se manifestarán en forma de celos, envidias, etcétera. Y vendrán entonces los enfrentamientos, ya que en la amistad, como en todas las cosas en las que participan dos o más personas, hay rivalidad, entre ellos mismos o entre los distintos amigos que se tienen y pugnan por ser el que más ayude, el más divertido, el confidente, o por condecorarse ellos mismos con la medalla de «el mejor amigo» o «el único amigo» de fulanito. Pero como esto no se trata de una competición, no hay que entrar en ese juego.

Amistad, Mamen Paramio Álvarez
Este relato me trajo también a la memoria una amistad que perdí precisamente por concebirla como una competición cuando entró en juego una tercera persona. No supe gestionar la situación ni los celos, y esa amistad que parecía tan mítica y exclusiva acabó rompiéndose de la manera más triste, sucia y lamentable posible. Con todo, no volvería atrás para revertir los hechos: existe un antes y un después en mí desde aquello y siento que esa persona se llevó consigo algunas cualidades mías insanas; me limpió por dentro, aunque el precio a pagar por el aprendizaje fuera ella misma. Por aquel entonces, La parábola del tonto y su letra ―«Ya no hay confusión // y aquel rencor duerme ahora en un desván // Dime... // ¿Lo has visto? No hay nada de lo que tanto odiabas // Lo he cambiado todo de lugar...»― se convirtió en mi banda sonora oficial.

A medida que voy escribiendo estas líneas me doy cuenta del efecto que este libro ha tenido en mi persona. No es el valor ni el coraje de que hacen gala sus autoras sino la ausencia de miedo a compartir la que, creo, me está impulsando a hacer tantas reflexiones personales... Es como desmaquillarme. Sólo trato de poner orden al torbellino de ideas y recuerdos que me ha despertado este compendio de vivencias. Su lectura me enseña que no hay que tener vergüenza de uno mismo.

Me gustaría detenerme en cada uno de los relatos y escribir algunas palabras al respecto, pero me temo que el espacio en esta entrada no sería suficiente. En El paso del noviazgo al matrimonio, por ejemplo, considero que Mª Dolores McCrory Martí hace unos apuntes sobre la pareja muy interesantes; o en Dónde está mi alma, de Pizca Cifuentes, y Nido vacío, de Carmen Robles, me hubiera gustado que sus autoras desarrollaran un poco más sus respectivas historias. También los relatos de Esperanza Soriano y su hija Macarena son muy enriquecedores... ¡En fin! Podría reflexionar largo y tendido sobre todos y cada uno de estos testimonios. Creo que da cuenta de la inmensa carga emocional y vital que puede inyectar este libro en el alma de su lector.

Al inicio de esta entrada hablaba de las maravillosas coincidencias que me habían conducido a Mujeres sin Maquillar. En realidad, no creo que pueda hablar de casualidades porque, una vez más, siento que es el libro el que me ha elegido a mí. Hay lecturas que nos llaman según qué circunstancias... Y yo estoy feliz de haber escuchado esta llamada.

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.


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