Ese mundo desaparecido, Dennis Lehane
Empiezo estas líneas como no debería comenzarse nunca una opinión sobre una novela: haciendo mención a su final.
Hace unos días acabé Ese mundo desaparecido, de Dennis Lehane, y no tengo reparos en admitir que sentí lo que llamo la cobardía del lector o, más bien, el súbito arrepentimiento que le reconcome a uno cuando cierra el libro y se lamenta de haber leído el último párrafo, página o capítulo que da al traste con la historia y deja con un profundo pesar en el corazón. Y no por chapucero, sino por realista en exceso. Para qué mentir: ya es suficiente con lo que sucede a diario y alrededor como para encontrar la misma miseria donde uno trata precisamente de evadirse. Por qué, Lehane, por qué.
Padre de un niño de diez años al que adora, el antaño poderoso Joe Coughlin casi ha logrado cortar amarras con su turbulento pasado, aunque no del todo, pues ejerce de consejero del importante clan mafioso de los Bartolo. Pese a ello, lleva una vida más o menos tranquila hasta que dos hechos inquietantes vienen a perturbarla: la aparición del fantasma de un chico que le resulta vagamente familiar, y, mucho más grave, el soplo de que alguien ha puesto precio a su cabeza y planea matarlo durante el Miércoles de Ceniza. Así pues, entre su tarea de mediador entre clanes mafiosos al borde del conflicto y sus pesquisas para descubrir quién quiere acabar con él, Joe se verá retrotraído a los viejos tiempos, aquellos años de traiciones y venganzas, bañados en sangre, donde cada día podía ser el último. Y es que tal vez haya llegado al fin la hora de pagar por sus pecados.
Ese mundo desaparecido concluye la trilogía iniciada con Cualquier otro día y seguida por Vivir de noche. Es el punto álgido del arco de transformación de Joe al que asistimos desde la primera novela; y, como tal, el que marca el inicio de su decadencia. En este sentido, la "versión" de Joe que se nos ofrece en esta última entrega ―más maduro, más templado; más, quizá, nihilista y con una mayor carga de tormento sobre los hombros― es absolutamente lógica y coherente respecto a su antecesora Vivir de noche. Leí esta novela hace un par de años, por lo que había muchos datos que no podía recordar con exactitud; sin embargo, sí recuerdo la ambición personal de Joe, propia de su juventud de entonces, que en Ese mundo desaparecido deja paso a una especie de tristeza y desencanto con el mundo que le rodea. En este sentido, seguir a Joe como padre y sus conversaciones con su hijo Tomas se convierten en lo más, si no único, entrañable del libro.
El resto de personajes introducidos ―Vanessa, Montooth...― o retomados ―Dion, Rico― en esta entrega adquieren también unos matices muy interesantes, dando lugar a escenas que lo mantienen a uno con el corazón en un puño hasta el final, como sucede con el último paseo de Joe y Dion por la calle de La Caseta, y a diálogos memorables:
El resto de personajes introducidos ―Vanessa, Montooth...― o retomados ―Dion, Rico― en esta entrega adquieren también unos matices muy interesantes, dando lugar a escenas que lo mantienen a uno con el corazón en un puño hasta el final, como sucede con el último paseo de Joe y Dion por la calle de La Caseta, y a diálogos memorables:
—¿Por qué brindamos? —preguntó Montooth.
—Por lo que quieras.
Montooth contempló el líquido que llenaba su copa y luego la habitación que los rodeaba.
—Por el mar.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Siempre me ha gustado mirarlo.
—Pues brindo por ello.
Joe chocó su copa con la de Montooth y luego bebieron los dos.
—Al mirarlo —dijo Montooth—, tienes la impresión de que lo que hay al otro lado, todos esos mundos, son sitios mejores. Sitios en los que te darían la bienvenida y te tratarían como a un hombre.
—Pero luego nunca es así —dijo Joe.
—Qué va. Pero yo sigo teniendo esa sensación. Toda esa agua —dijo antes de volver a beber—, todos esos mundos a los que se podía ir, pero ya han desaparecido. Como todo, supongo.
—Creía que no querías viajar más.
—Y no quiero. Porque ya sé la verdad: todos esos mundos son iguales que éste. Aun así, cuando ves todo ese azul que llega hasta el infinito… —Se rió por lo bajo, como para sí mismo.
—¿Qué?
(…)
—Ya habrás oído que la Tierra es, sobre todo, agua, ¿verdad?
Joe asintió.
—Y la gente cree que Dios vive arriba —prosiguió Montooth—, en el cielo, pero para mí eso nunca ha tenido demasiado sentido, porque el cielo está muy, muy arriba, y no forma parte de nosotros, ¿entiendes?
—¿Al contrario que el mar? —propuso Joe.
—Es la piel del mundo. Y yo creo que Dios vive en las gotas. Se mueve a través de las olas, como la espuma. Miro el mar y veo que Él me está mirando.
—Vaya… —dijo Joe—. Entonces vuelvo a brindar por él.
Es evidente que Ese mundo desaparecido sigue la estela de El Padrino, como bien apunta Stephen King y al igual que señalé yo en Vivir de noche. La codicia, las luchas de poder, la traición, la nostalgia de la inocencia y la buena fe que el tiempo ha corrompido... El retrato que Lehane hace de la mafia en Florida durante la década de los 40 es minucioso y, a la vez, trepidante; no hay eufemismos ni concesiones a la degradación moral de los personajes; todo está narrado con la crudeza propia de aquellos tiempos y mecanismos de supervivencia. Y, aun así, coincido plenamente con el periodista Juan Carlos Galindo cuando afirma que «Joe es el mejor representante de un mundo que muere. Presientes que no va a acabar bien, pero no importa, deseas que triunfe en su camino de redención, quieres creer que sus rivales son peores, que se merece una última oportunidad».
Acabado el libro, quise rememorar la historia completa viendo la adaptación de Vivir de noche que Ben Affleck llevó al cine hace apenas unos meses. No me gustó demasiado, carece de la intensidad del personaje de Joe y, en general, de la novela; todo transcurre tan deprisa que apenas profundiza en los momentos más trascendentales. Es decir, en su afán de querer contarlo todo, Affleck acaba contando nada, y ni siquiera consigue transmitir la más mínima emotividad. No obstante, disfruté transportándome a aquella época, ambientación e historia.
Ese mundo desaparecido catapulta a Dennis Lehane al primer puesto de mi lista de autores favoritos. Quiero decir: ya lo era antes, pero el broche de oro a esta trilogía lo reafirma como mi escritor más seguido ―he leído todas sus novelas― y uno de los más admirados, a pesar del malestar con que me dejaron las últimas páginas. No sé si es un final justo o el que merecían sus protagonistas, pero es real como la vida misma y, como tal, la felicidad plena no podía tener cabida. Especialmente cuando se trata de una vida de violencia.
Me despido de este autor hasta, espero, su próxima novela. Si la hay, dudo mucho que Lehanne retome la generación Coughlin o la pareja de detectives Patrick Kenzie y Angela Gennaro, en cuyo caso me sentiré nostálgica. Ya me siento nostálgica. Pero ello no impide que aguarde impaciente a nuevas intrigas y nuevos personajes de la mano de este genio de la novela negra. Hasta entonces...
Acabado el libro, quise rememorar la historia completa viendo la adaptación de Vivir de noche que Ben Affleck llevó al cine hace apenas unos meses. No me gustó demasiado, carece de la intensidad del personaje de Joe y, en general, de la novela; todo transcurre tan deprisa que apenas profundiza en los momentos más trascendentales. Es decir, en su afán de querer contarlo todo, Affleck acaba contando nada, y ni siquiera consigue transmitir la más mínima emotividad. No obstante, disfruté transportándome a aquella época, ambientación e historia.
Ese mundo desaparecido catapulta a Dennis Lehane al primer puesto de mi lista de autores favoritos. Quiero decir: ya lo era antes, pero el broche de oro a esta trilogía lo reafirma como mi escritor más seguido ―he leído todas sus novelas― y uno de los más admirados, a pesar del malestar con que me dejaron las últimas páginas. No sé si es un final justo o el que merecían sus protagonistas, pero es real como la vida misma y, como tal, la felicidad plena no podía tener cabida. Especialmente cuando se trata de una vida de violencia.
Me despido de este autor hasta, espero, su próxima novela. Si la hay, dudo mucho que Lehanne retome la generación Coughlin o la pareja de detectives Patrick Kenzie y Angela Gennaro, en cuyo caso me sentiré nostálgica. Ya me siento nostálgica. Pero ello no impide que aguarde impaciente a nuevas intrigas y nuevos personajes de la mano de este genio de la novela negra. Hasta entonces...
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
Y lee... Lee muchísimo.
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