Cisnes salvajes, Jung Chang

Dice Jung Chang en el posfascio de esta biografía de su abuela, su madre y ella misma:
Decidí escribir sobre Mao porque me sentía fascinada por aquel hombre que dominó toda mi vida en China y que arruinó la existencia de mis compatriotas, esto es: de la cuarta parte de la población mundial. Fue un personaje tan malvado como Hitler o Stalin, e hizo tanto daño a la humanidad como ellos, a pesar de lo cual el conocimiento que el mundo tiene de él es asombrosamente escaso. Si bien aquellos déspotas europeos se vieron rápida y universalmente condenados tras su muerte, Mao ha logrado la increíble proeza de ver su nombre apenas menoscabado ―y, desde luego, mucho, mucho menos de lo que sus crímenes merecerían― durante las casi tres décadas transcurridas desde su muerte
Fue precisamente la consciencia de mi ignorancia acerca de este tema la que me impulsó a mover cielo y tierra para conseguir este libro. Acababa de leer un artículo sobre la última cifra conocida de muertos que dejó tras de sí la hambruna provocada por el Gran Salto Adelante en China, allá en 1958. Ese mismo artículo, que se hacía eco del «estudio más minucioso y reciente sobre el asunto», escrito por Frank Dikötter ―profesor de las universidades de Hong Kong y Londres―, hablaba de 45 millones de muertos sólo durante esa etapa del largo régimen maoísta.

Uno de los lectores suscritos a ese periódico había comentado, en respuesta al artículo, que Cisnes salvajes era «muy interesante para comprender cómo funcionó alli este sistema basado en la opresión, el miedo y la denuncia». A mí siempre me había fascinado la historia del Lejano Oriente y, a través de obras como Las orquídeas rojas de Shanghái (Juliette Morillot), La gardenia blanca de Shanghái (Belinda Alexandra), La concubina rusa (Kate Furnivall) y El abanico de seda (Lisa See), había podido asomarme a diversos acontecimientos históricos y costumbres de allí. El abanico de seda, por ejemplo, me introdujo en la práctica de los pies vendados en China.

Sin embargo, mi desconocimiento sobre lo acaecido en el gigante asiático bajo la dictadura de Mao era grande. Así, basándome en una recomendación anónima, me puse a investigar sobre Jung Chang y sus obras, y todo lo que descubrí fue suficiente para salir a buscar Cisnes salvajes, momento que coincidió además con la Feria del Libro de Valencia.
Una abuela, una madre, una hija. A lo largo de esta saga, tan verídica como espeluznante, tres mujeres luchan por sobrevivir en una China sometida a guerras, invasiones y revoluciones.
La abuela de la autora nació en 1909, época en la que China era aún una sociedad feudal. Sus pies permanecieron vendados desde niña, y a los quince años de edad se convirtió en concubina de uno de los numerosos señores de la guerra. Sesenta y nueve años después, su nieta abandonó el país. Este libro admirable relata la hisoria de esos años a través de la vida de las mujeres de una familia china: tres mujeres dotadas de una fuerza y un carácter casi sobrehumanos.
La abuela de Jung Chang vivió durante diez años en una maliciosa atmósfera de intrigas feudales entre la esposa, los sirvientes y las concubinas de su señor de la guerra. En 1933, cuando éste ya se hallaba próximo a morir, huyó de su hogar llevándose consigo a su hija.
Aquella niña ―la madre de Jung Chang― desarrolló una activa labor clandestina durante sus años de estudiante transmitiendo información a las fuerzas comunistas que asediaban su ciudad durante la revolución. Contrajo matrimonio con uno de los guerrilleros de Mao Zedong, y una de sus hijas ―Jung― alcanzó la mayoría de edad durante la Revolución Cultural. Ésta, tras permanecer tres meses en la Guardia Roja, se rebeló contra la cínica tiranía de Mao durante los años de devastación que siguieron, época en la que hubo de ver a sus progenitores denunciados y enviados a campos de trabajo. Exiliada a las montañas, trabajó posteriormente como campesina y "doctora descalza".
"Cisnes salvajes" no sólo es un emocionante relato de aventuras, sino una importante obra histórica y un escalofriante testimonio del coraje humano.
Dada la magnitud de todo lo narrado en la biografía, me atrevería a calificarla como el Vida y destino chino, salvando las distancias con la maestría y complejidad del estilo literario de Vasili Grossman. Si a ello se le añade la coincidencia de que ambos autores fueron proscritos en sus respectivos países ―Jung Chang y su obra continúan estando prohibidas en China―, la comparación me parece justa y merecida.

Cisnes salvajes es un relato valiente; inmenso en su afanosidad por describir al detalle cada uno de los períodos que caracterizaron el ascenso y caída del régimen comunista de Mao; pero, al mismo tiempo, directo y despojado de la dimensión filosófica de Grossman: la mirada de Chang es mucho más documental que literaria.

Por otro lado, el hecho de que la autora vuelque buena parte de sus vivencias personales no hace sino aumentar la credibilidad de su relato. Me parece muy interesante comprobar la transformación ideológica de ella y su familia a medida que se recrudece la política de Mao: asistimos a un fervor genuino por parte de los padres de Jung, quienes se unen a la causa comunista porque creen realmente en mejorar así la vida de las personas; también observamos la adoración inicial de Jung hacia Mao y su incapacidad de creer que cualquier desgracia acaecida a su alrededor pueda ser obra suya. Conforme avanza la biografía y se suceden las sospechas, denuncias, detenciones, torturas, asesinatos en masa, condenas a trabajos forzosos... Se van rompiendo los esquemas mentales sobre los que habían edificado sus vidas. La misma incredulidad ante los hechos que lleva al padre al borde de la locura se rebela finalmente como el estímulo necesario para despertar a Jung e impulsarla a cumplir sus sueños.

Haciéndome eco del comentario del suscriptor que recomendaba Cisnes salvajes, este libro ya no es sólo «interesante» para comprender la historia de China durante el siglo XX; es un relato necesario, de ésos que deberían verse más a menudo en las estanterías de las librerías para combatir la ignorancia de la población, para recordarnos de vez en cuando que en nosotros yace la extraordinaria capacidad de reinventarnos, pero también de cometer las más salvajes atrocidades. Los líderes déspotas no podrían tener éxito jamás si no contaran con una masa de fieles seguidores y el silencio cómplice del resto de la sociedad. No en vano, Jung Chang señala muy acertadamente:
El horror más espeluznante de la Revolución Cultural ―la abrumadora represión que había llevado a cientos de miles de personas a la locura, el suicidio y la muerte― había sido obra de colectiva de toda la población. Prácticamente todo el mundo ―incluidos los niños pequeños― había participado en las brutales asambleas de denuncias, y muchos lo habían hecho en las palizas a que eran sometidas las víctimas. Lo que es más, numerosas víctimas habían pasado a convertirse posteriormente en verdugos y viceversa.
En otro momento de la biografía, Chang saca a colación una frase de Charles Colson, quien fuera consejero de Nixon, para describir la táctica de Mao y, en definitiva, la de todos los criminales que se hacen con el poder: «Cuando los tienes agarrados por los cojones, sus mentes y sus corazones seguirán por sí solos». Porque así es como se instauran el orden y la obediencia: a través del miedo. Y el miedo puede reafirmar la honestidad y valía de una persona o revelar su auténtica naturaleza: la que se deja llevar por la envidia, los celos y la traición. Bajo el pretexto de la lucha de clases se ampararon numerosas revanchinas personales que nada tenían que ver con la Revolución ni la lealtad al Gobierno comunista de Mao. Éste sabía que un aspecto crucial en la absoluta subyugación del país para alcanzar sus objetivos personales era la supresión de la educación y la criminalización de los intelectuales. Sólo instalando y elogiando el analfabetismo se pueden atropellar sistemáticamente los derechos de una sociedad que desconoce que los tiene, previa consecución de su apoyo más acérrimo.
Confié en que el peso de la justicia terminaría por alcanzarle tanto a él como a todos aquellos que lo merecían.
¿Cuándo habría de llegar aquel momento? ¿Podría hacerse justicia algún día? Teniendo en cuenta, además, lo soliviantados que ya estaban los ánimos, ¿cabía esperar que ello fuera posible sin despertar aún más animosidad y amargura? (...) ¿Cuándo ―si es que tal momento llegaba― lograríamos vernos libres de la pesadilla desencadenada por Mao?
La respuesta a las preguntas que formula Chang hacia el final de su relato se encuentra en su propio legado: combatir el analfabetismo histórico y cultural a través de obras como la suya son la mejor prevención contra el extremismo de las ideas, que es de lo que se nutren los regímenes autocráticos. Por eso reivindico la necesidad de testimonios valientes como éste y nuestro deber de darlos a conocer a los demás, como también me parecen dignas de resaltar la bondad, fuerza de voluntad y nobleza de la familia Chang ―muy especialmente de la abuela Yu Fang, de Wang Yu/Shou-yu y Bao Quin/Den-hong, los padres de Jung―.

Gracias a la autora por introducirme en un capítulo de la historia tan apasionante como estremecedor, y por recordarme el valor incalculable de mantenernos fieles a nuestros principios aún en tiempos de mezquindad, deslealtad y cobardía.

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo. 
 

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