La historia de tu vida, Ted Chiang
Una torre que se alza sobre la llanura mesopotámica hasta tocar la bóveda del cielo. Dos hombres que alcanzan un grado de inteligencia tan alto que se asemejan a dioses. La prueba de que las matemáticas carecen de sentido. Un lenguaje alienígena que permite a quienes lo leen expandir su consciencia a lo largo del tiempo. La cábala y la teoría de la preformación se combinan en una Inglaterra victoriana salida de nuestros sueños, o de nuestras pesadillas. Ante la llegada de los metahumanos, la ciencia se ve reducida a una nota a pie de página. En un universo donde Dios existe sin que quepa ninguna duda, ¿es posible no amarle? Y si pudieras programarte para ignorar las apariencias, ¿te arriesgarías a perder toda percepción de la belleza humana?
La historia de cómo este libro llegó a mis manos se remonta a principios de este año, allá por febrero. Entonces decidí ver una película cuyo desarrollo y desenlace acabaron echando por tierra todos mis prejuicios en torno a ella, pero fue positivo: el tráiler había dado una idea muy equivocada sobre el contenido de la película, y ese contenido predecible es el que yo esperaba encontrar cuando le propuse a mi hermano pequeño —de un tiempo a esta parte, fuertemente enganchado a las películas de ciencia ficción— verla juntos. El final nos dejó confusos y boquiabiertos; él probablemente no entendió nada, pero yo estaba maravillada ante la historia tan hermosa como inquietante que acababa de presenciar. Ahora creo que sus insistentes afirmaciones cuando yo le preguntaba si le había gustado la película eran su inocente manera de no herir mis sentimientos, pues cuanto más trataba de dilucidar el significado de los últimos minutos del filme, más me emocionaba por lo que había visto. Esa película es La llegada, de Dennis Villeneuve.
Cuál fue mi sorpresa cuando, mientras aún trataba de digerir la historia, leí en los créditos que La llegada era una adaptación de un relato llamado La historia de tu vida, escrita por un tal Ted Chiang. No sé qué pesó más: si la coincidencia de llevar el mismo título que mi episodio favorito de la genial Black Mirror o el interés que había despertado en mí la película, pero me propuse hacerme con el libro costase lo que costase. Por desgracia, no parecía un título fácilmente adquirible en cualquier librería, aunque la buena recepción del filme parecía estar reavivando el interés por un relato escrito hace casi veinte años, así que mantuve la esperanza. Dos meses después, cuando me hice con Cisnes salvajes, se me ocurrió preguntar en caja por el libro de Ted Chiang, y mi alegría no pudo ser más grande cuando vi al dependiente regresar con un ejemplar nuevo e impoluto.
Esa alegría disminuyó un poco cuando hojeé el libro y vi que, en realidad, era un compendio de ocho relatos de ciencia ficción, uno de los cuales se correspondía con La historia de tu vida, que también daba título a esa antología. Y, aunque decidí darle una oportunidad a un género poco frecuentado por mis gustos literarios, la mayor parte de las líneas que siguen a continuación se centrarán en el relato que dio pie a La llegada, y no en el resto.
En este punto debo decir que será el primer caso, creo, de adaptación cinematográfica que supera a su fuente original, y no porque ésta sea mala, en absoluto. La película de Villeneuve introduce ligeras variaciones en la historia que resultan un acierto y la enriquecen: la tensión militar de los estados; la supresión de muchas de las explicaciones científicas dadas en el relato, que sólo habrían servido para enredar una trama per se compleja; el encuentro directo y privado de Louise, la protagonista, con los heptápodos... Incluso la causa de la muerte de la hija de Louise, que podría verse como un cambio innecesario, se acerca más a los hechos que inspiraron a Ted Chiang para escribir su relato.
Y es que creo que ésta es una historia diseñada para ser vista. Tengo el pleno convencimiento de que hubiera disfrutado mucho menos del relato si no hubiera visto antes la película; me hubiera sido más difícil imaginar algunas de las situaciones, y quizá por eso me hubiera mostrado más escéptica e indiferente al acabar la lectura. Ahora bien: el relato de Ted Chiang es brillante. La película, al tratarse de un ejercicio audiovisual, lo que hace es magnificar la espectacularidad de la historia.
Lo que más me ha gustado de La historia de tu vida es la exquisita sensibilidad con que el autor describe los "recuerdos" de Louise. Esos fragmentos parecen estar escritos por una mujer, lo que me recuerda a Virginia Woolf y su creencia de que el gran artista es andrógino. Chiang dota de humanidad a un relato frío en esencia, convirtiéndolo en una de las historias más melancólicas que he leído y visto nunca en pantalla. Esa fatalidad del personaje que siente no poder dejar de encaminar su vida hacia donde debe, aún a sabiendas de cuáles serán las consecuencias de sus decisiones —«Sé cómo termina esta historia; pienso mucho en ello»—, sencillamente me desgarra. Y es éste el dilema filosófico que nos plantea el relato, verbalizado por la protagonista en la película: «Si pudieras ver toda toda tu vida de principio a fin, ¿cambiarías algo?». Es una necedad precipitarse y responder al instante que sí. Porque si algo nos enseña Ted Chiang, a través de Louise, es precisamente que «uno no puede protegerse de la tristeza sin protegerse al mismo tiempo de la felicidad», como leí hace unos días en un magistral artículo de Marta Fernández para Jot Down Magazine. De ahí la pregunta sin respuesta, tan lacerante como lúcida, con que concluye el relato:
Cuál fue mi sorpresa cuando, mientras aún trataba de digerir la historia, leí en los créditos que La llegada era una adaptación de un relato llamado La historia de tu vida, escrita por un tal Ted Chiang. No sé qué pesó más: si la coincidencia de llevar el mismo título que mi episodio favorito de la genial Black Mirror o el interés que había despertado en mí la película, pero me propuse hacerme con el libro costase lo que costase. Por desgracia, no parecía un título fácilmente adquirible en cualquier librería, aunque la buena recepción del filme parecía estar reavivando el interés por un relato escrito hace casi veinte años, así que mantuve la esperanza. Dos meses después, cuando me hice con Cisnes salvajes, se me ocurrió preguntar en caja por el libro de Ted Chiang, y mi alegría no pudo ser más grande cuando vi al dependiente regresar con un ejemplar nuevo e impoluto.
Esa alegría disminuyó un poco cuando hojeé el libro y vi que, en realidad, era un compendio de ocho relatos de ciencia ficción, uno de los cuales se correspondía con La historia de tu vida, que también daba título a esa antología. Y, aunque decidí darle una oportunidad a un género poco frecuentado por mis gustos literarios, la mayor parte de las líneas que siguen a continuación se centrarán en el relato que dio pie a La llegada, y no en el resto.
En este punto debo decir que será el primer caso, creo, de adaptación cinematográfica que supera a su fuente original, y no porque ésta sea mala, en absoluto. La película de Villeneuve introduce ligeras variaciones en la historia que resultan un acierto y la enriquecen: la tensión militar de los estados; la supresión de muchas de las explicaciones científicas dadas en el relato, que sólo habrían servido para enredar una trama per se compleja; el encuentro directo y privado de Louise, la protagonista, con los heptápodos... Incluso la causa de la muerte de la hija de Louise, que podría verse como un cambio innecesario, se acerca más a los hechos que inspiraron a Ted Chiang para escribir su relato.
Y es que creo que ésta es una historia diseñada para ser vista. Tengo el pleno convencimiento de que hubiera disfrutado mucho menos del relato si no hubiera visto antes la película; me hubiera sido más difícil imaginar algunas de las situaciones, y quizá por eso me hubiera mostrado más escéptica e indiferente al acabar la lectura. Ahora bien: el relato de Ted Chiang es brillante. La película, al tratarse de un ejercicio audiovisual, lo que hace es magnificar la espectacularidad de la historia.
Lo que más me ha gustado de La historia de tu vida es la exquisita sensibilidad con que el autor describe los "recuerdos" de Louise. Esos fragmentos parecen estar escritos por una mujer, lo que me recuerda a Virginia Woolf y su creencia de que el gran artista es andrógino. Chiang dota de humanidad a un relato frío en esencia, convirtiéndolo en una de las historias más melancólicas que he leído y visto nunca en pantalla. Esa fatalidad del personaje que siente no poder dejar de encaminar su vida hacia donde debe, aún a sabiendas de cuáles serán las consecuencias de sus decisiones —«Sé cómo termina esta historia; pienso mucho en ello»—, sencillamente me desgarra. Y es éste el dilema filosófico que nos plantea el relato, verbalizado por la protagonista en la película: «Si pudieras ver toda toda tu vida de principio a fin, ¿cambiarías algo?». Es una necedad precipitarse y responder al instante que sí. Porque si algo nos enseña Ted Chiang, a través de Louise, es precisamente que «uno no puede protegerse de la tristeza sin protegerse al mismo tiempo de la felicidad», como leí hace unos días en un magistral artículo de Marta Fernández para Jot Down Magazine. De ahí la pregunta sin respuesta, tan lacerante como lúcida, con que concluye el relato:
Desde el comienzo sabía cuál era mi destino, y elegí mi camino de acuerdo con él. Pero, ¿estoy viajando hacia un extremo de alegría, o de dolor? ¿Conseguiré un mínimo, o un máximo?
Estas preguntas están en mi mente cuando tu padre me pregunta:
—¿Quieres tener un hijo?
Es necesario aclarar, para entender plenamente la historia, que ésta se sustenta sobre la hipótesis de Sapir-Whorf, hoy ampliamente refutada, pero si nos atenemos a su idea de relativismo lingüístico, La historia de tu vida discurriría por derroteros más o menos verosímiles, aunque sea en el marco de la ficción. Al finalizar la película estuve buscando más información sobre ella y este artículo en concreto, también de Jot Down Magazine, me ayudó mucho a comprenderla.
Del resto de relatos de la obra de Ted Chiang no tengo mucho que decir. Definitivamente, la ciencia ficción no es mi género predilecto en literatura; aunque, junto con La historia de tu vida, hay otros dos que me han gustado muchísimo por el debate que plantean: El infierno es la ausencia de Dios y ¿Te gusta lo que ves? (Documental). El primero me parece una reflexión interesantísima sobre el papel de Dios, si existe, en este mundo; reflexión que, además, nace desde el sufrimiento de una persona que ha perdido a un ser querido.
Quizá, pensó, sería mejor vivir en un cuento en que los virtuosos eran recompensados y los pecadores castigados, incluso si los criterios de virtud y pecado se le escapaban, que vivir en una realidad donde no había ninguna justicia en absoluto. Significaría que le tocaba el papel de pecador, así que no era una mentira muy consoladora, pero le ofrecía una recompensa que su propio sistema ético no podía darle: la creencia de que le reuniría con Sarah.
A veces incluso un mal consejo puede dirigir a una persona en la buena dirección. Fue de esta forma que las acusaciones de sus suegros al final empujaron a Neil a acercarse más a Dios.
Les cuenta que no pueden esperar más justicia en la otra vida de la que hay en el plano mortal, pero no les dice esto para disuadirles de adorar a Dios; al contrario, les anima a hacerlo. En lo que insiste es en que no deben amar a Dios engañándose, sino que si desean amar a Dios, deben estar preparados para hacerlo sin que importen Sus intenciones. Dios no es justo, Dios no es amable, Dios no es piadoso, y entender eso es esencial para la auténtica devoción. (...) Esto tampoco afecta a sus sentimientos, porque el amor incondicional no pide nada, ni siquiera ser correspondido. (...) Tal es la naturaleza de la auténtica devoción.
¿Te gusta lo que ves? (Documental), por su parte, sorprende por la vigencia y actualidad de lo que narra, pese a haber sido escrito hace quince años. La cita de Stendhal que precede a la historia es toda una declaración de intenciones: «La belleza es promesa de felicidad». Este relato, que bien pudiera pasar por un capítulo más de Black Mirror, plantea una situación tan disparatada como perfectamente posible en estos tiempos de extrema corrección política y crítica encarnizada hacia toda opinión disonante. Si bien Ted Chiang imagina el desarrollo de una técnica que permite eliminar la percepción de la belleza en los rostros humanos —caliagnosia—, fruto de una sociedad que decide acabar con el aspectismo o «prejuicio contra las personas poco atractivas», los argumentos que se esgrimen tanto a favor como en contra de esa medida podrían extrapolarse a diversos debates que tienen lugar hoy en día. Y es que lo mejor de este relato se encuentra en su planteamiento como documental, recogiendo todos los testimonios y, por tanto, los diferentes puntos de vista con que se podría abordar el tema. A través de las voces de varios estudiantes, un neurólogo, unos padres, un programa de noticias, el presidente de una asociación, profesores... Logramos hacernos una idea completa y objetiva de lo que supondría implementar la caliagnosia, cada uno de sus pros y contras. A partir de ahí, el lector puede inclinarse por una u otra postura con criterio.
Sólo por la presencia de estos tres relatos —La historia de tu vida, El infierno es la ausencia de Dios y ¿Te gusta lo que ves? (Documental)— que nos hacen reflexionar sobre la libertad o no de elección, la religión y la intervención tecnológica en nuestra percepción de la realidad, recomendaría esta antología de Ted Chiang. Es cierto que hay dos relatos, Comprende y Setenta y dos letras, que no me gustaron en absoluto —en relación al primero, si los efectos de la hormona K eran mayores cuanto más grave era el daño neuronal del paciente, ¿cómo podría seguir aumentando la inteligencia del protagonista una vez sanado su cerebro tras la primera inyección?—, así como el resto me dejaron más bien indiferente. No obstante, no cabe duda de que los relatos de Chiang son todo un despliegue de originalidad y de ingenio; tanto, a veces, que no puedo sino hacerme eco de la crítica de Publishers Weekly: «Esta forma de revolución mental sólo puede practicarse con tanta intensidad en distancias cortas; si estos relatos fueran mucho más largos, la cabeza de los lectores podría estallar».
Éste es sólo el último ejemplo de hasta dónde ha llegado la corrección política. Las personas que apoyan la cali tienen buenas intenciones, pero lo que están haciendo es infantilizarnos. La propia idea de que la belleza es algo de lo que necesitamos ser protegidos es insultante. Lo siguiente será que una organización estudiantil insistirá en que adoptemos agnosia a la música, para que no nos sintamos mal por nuestras escasas dotes cuando oigamos a buenos cantantes o músicos. (...)Ésta es, a mi juicio, la voz del relato —un profesor de literatura— que mejor diagnostica uno de los problemas de nuestro tiempo; muy en la línea, por cierto, de este artículo de Elvira Lindo: Defender la belleza. La discriminación por cuestiones de aspecto no se soluciona con la erradicación de la belleza, como tampoco se resuelve la discriminación por raza, sexo, orientación sexual, religión... Suprimiendo las diferencias en cada una de estas cuestiones. La clave, que es común a muchos otros males que nos aquejan, está en la educación. Pero los resultados de invertir en ello sólo se perciben a largo plazo, al cabo de algunas generaciones.
Estar en presencia de una de las mayores bellezas del mundo puede ser tan emocionante como escuchar a una de las mejores sopranos del mundo. Los individuos dotados no son los únicos que se benefician de sus dones; todos lo hacemos. O más bien debería decir que todos podemos. Privarnos a nosotros mismos de esa oportunidad sería un crimen.
Sólo por la presencia de estos tres relatos —La historia de tu vida, El infierno es la ausencia de Dios y ¿Te gusta lo que ves? (Documental)— que nos hacen reflexionar sobre la libertad o no de elección, la religión y la intervención tecnológica en nuestra percepción de la realidad, recomendaría esta antología de Ted Chiang. Es cierto que hay dos relatos, Comprende y Setenta y dos letras, que no me gustaron en absoluto —en relación al primero, si los efectos de la hormona K eran mayores cuanto más grave era el daño neuronal del paciente, ¿cómo podría seguir aumentando la inteligencia del protagonista una vez sanado su cerebro tras la primera inyección?—, así como el resto me dejaron más bien indiferente. No obstante, no cabe duda de que los relatos de Chiang son todo un despliegue de originalidad y de ingenio; tanto, a veces, que no puedo sino hacerme eco de la crítica de Publishers Weekly: «Esta forma de revolución mental sólo puede practicarse con tanta intensidad en distancias cortas; si estos relatos fueran mucho más largos, la cabeza de los lectores podría estallar».
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
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