La masai blanca, Corinne Hofmann
Cuando Corinne lo vio por primera vez, en diciembre de 1986, Lketinga solo llevaba un paño que le cubría las caderas. Sus largos cabellos iban recogidos en finas trenzas y el rostro estaba cubierto de signos pintados. Ese hombre, hermoso y digno como un dios, pronto se esfumó entre el gentío en los alrededores de Mombasa, pero la joven mujer intuyó que aquellas vacaciones en Kenia iban a ser algo más que un simple recorrido turístico.Una vez escuché que un mal comienzo no determina un mal final. Es algo que he tenido ocasión de comprobar y aseverar alguna que otra vez en mi vida y este libro de Corinne Hofmann vuelve a mostrárseme como una prueba de ello. Digamos que mis primeras impresiones con la novela no fueron del todo buenas: al principio, me chocaba el estilo tan directo y en presente de la autora; confieso que, en ocasiones, incluso me parecía más bien el tono de una adolescente. No es escritora y ello se nota en su modo de narrar la historia, que ciertamente resulta una especie de diario de sus vivencias en África. Sin embargo, conforme pasan las páginas —y a medida que va disminuyendo su fascinación inicial por Lketinga—, me doy cuenta de que no se trata de un tono adolescente sino de la naturalidad propia de quien cuenta las cosas tal como las piensa y siente, alguien lleno de humanidad y coraje hasta las trancas, con unas ansias tremendas de vivir y un optimismo y una fuerza admirables.
Corinne y Lketinga volvieron a verse, y de esos encuentros casi furtivos nació una relación peculiar e intensa: Corinne rompió con su novio Marco y dejó su casa en Suiza para irse a vivir a un pequeño pueblo al norte de Nairobi, donde se casó. Allí se vio muy pronto obligada a compartir su choza con la madre de Lketinga y a someterse a los rituales de una tribu que no aceptaba de buen grado la presencia de una masai blanca.
La pasió duró cuatro años, y de la unión nació Napirai, una niña que hoy es el consuelo de Corinne tras su fuga de Kenia. Y aquí está el recuerdo de esta experiencia única, que conmovió su cuerpo y espíritu, en las cálidad páginas de unas memorias que encierran todo el aroma y el sabor de las tierras de África.
Durante las primeras páginas, Corinne nos relata cómo fue su flechazo instantaneo con Lketinga, un joven masai perteneciente al grupo de los samburu. La imagen de él apoyado en las barandillas del ferry la primera vez que ella lo ve la atraviesa con tal impresión y magnetismo que queda maravillada por completo. En lo sucesivo, Corinne realiza una búsqueda frenética para volver a dar con Lketinga y ella misma es consciente de lo loco de sus acciones, y es gracioso porque yo misma, conforme leía cuán cegada estaba por su «semidios», pensaba que era increíble y una locura. Pero aún siendo Corinne sabedora de que nadie la entenderá, ella persiste y avanza, empujada por sus instintos y su corazón. Confieso que envidio su valor y capacidad de riesgo...
En este punto me parece muy remarcable la facilidad con que Corinne se desprende de su acomodada vida en Suiza y se zambulle sin miedo y sin prejuicios en el estilo de vida samburu. La rapidez de su adaptación y su optimismo me han resultado muy admirables: no se dedica a narrar de forma quejumbrosa las dificultades por las que pasa —numerosos viajes de 4, 5, 7 ó más horas, a veces varios días, a distintas partes de África para solventar problemas burocráticos, legales y demás; la hambruna, la suciedad de las manyattas o chozas donde vive, costumbres como la ablación, varias enfermedades...—, sino todo lo contrario. Nos describe muchos aspectos con la normalidad y cotidianidad de quien parece llevar toda una vida en ese lugar, y es que ella lo reitera en varias ocasiones: entre los masai, Corinne se sentía como en casa.
A lo largo de la novela asistimos a episodios que nos muestran las acusadas diferencias entre la cultura occidental y la cultura africana, concretamente la samburu. Se trata de una sociedad patriarcal en la que una mujer es considerada menos preciada que una cabra o una vaca —hasta el punto de que los guerreros samburu no pueden comer nada que una mujer haya tocado o mirado— y en la que los hombres imponen sus leyes, pudiendo ellos casarse con varias mujeres, muchas de ellas niñas. En un momento dado de la novela, una mujer está a punto de dar a luz pero el marido se desentiende por completo de ella, teniendo que asumir Corinne las riendas de la situación:
Es cuestión de vida o muerte (...) ¡Por celos, ese maestro deja morir a su mujer! Él, que todos los domingos traduce la misma en la iglesia; él, que sabe leer y escribir.Nada que añadir a esa reflexión; creo que expresa suficiente por sí misma.
La masai blanca (2005). |
En conjunto, todo esto hace que el filme resulte bastante más soft que el libro y que no se llegue a transmitir del todo el infierno por el que pasa Corinne, pues algunas costumbres samburu que a ella le resultan molestas quedan obviadas en la película —como el derecho de los guerreros masai a ser acogidos y alimentados en las manyattas—. En la novela, se nos relata mucho mejor el deterioramiento de su relación con Lketinga, cómo los celos de él van en aumento conforme consume más miraa (la hierba que continuamente mastica y es una especie de droga) y cerveza, hasta el punto de que Corinne acaba necesitando de la marihuana para evadirse y soportar mejor las situaciones violentas.
Con todo, es una película agradable de ver tras leer el libro, aunque sólo sea por comparar. La historia merece la pena sólo por el magnífico retrato que se nos hace de Kenia y por la fuerza y valentía de su protagonista, nos guste más o menos el estilo de la narración. Me resulta triste por el final, y es que, a veces, no es suficiente con amar. A veces, como expresa Corinne en su última carta a Lketinga, las distancias son insalvables por mucho que nos esforcemos en acortarlas...
Nunca he querido a nadie que no fueras tú y jamás te mentí, pero en todos estos años nunca me entendiste, tal vez porque soy una mzungu [blanca]. Mi mundo y tu mundo son muy distintos, pero yo pensaba que llegaría algún día en que estaríamos juntos en un mismo mundo.
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
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