Bajo el sol de Kenia, Barbara Wood

Título original: Green City in the Sun
La doctora Deborah Treverton regresa a Kenia, su país natal, tras una larga ausencia. Ha recibido una llamada de la agonizante mama Wachera, una curandera africana íntimamente vinculada a la historia de su familia... Deborah sabe que este viaje significará el reencuentro consigo misma y con sus orígenes, que se remontan a principios de siglo, cuando su abuelo, el conde aventurero Valentine Treverton se asentó en estas tierras vírgenes y se convirtió en el dueño de un inmenso cafetal.
Escribo ahora mismo conmocionada, en estado de shock. Quizá no sea el estado más aconsejable para escribir estas líneas, y quizá debería darme un tiempo para digerir la increíble historia que acabo de terminar, para reflexionar sobre su inesperado —al menos, para mí— final y el amargo sabor de boca que personalmente me deja... Pero son tantas las emociones que me embargan en este preciso instante, que siento la necesidad de darles rienda suelta y dejarlas salir. 

Tras La masai blanca y Volviendo de África, me decanté por Bajo el sol de Kenia no tanto por el atractivo de su historia como por ese deseo de descubrir más sobre África que las dos primeras despertaron en mí. Si pensamos en este continente, estoy segura de que a la inmensa mayoría nos vienen a la mente palabras como «hambruna», «pobreza», «enfermedad», «guerras» o «emigración». Pero realmente creo que es mucho más lo que desconocemos de África que lo que sabemos de ella; o, al menos, tras leer el libro, tengo la sensación de conocer y comprender bastante mejor la apasionante historia que se esconde tras la que fuera la «joya del África negra», Kenia. No en vano el personaje de Christopher advierte a Deborah: «(...) Kenia es tu hogar. Éste es tu sitio. Aquí está tu gente. Ahí fuera, en el mundo, serás una forastera. Serás una curiosidad y te comprenderán mal. El mundo no nos conoce, Deborah; no sabe nada de nuestras costumbres, de nuestros sueños. En Inglaterra me trataban como si fuese una curiosidad. Me veía rodeado de gente que quería conocerme, pero no hice ningún amigo, ni uno solo. No pueden imaginarse cómo es ser keniano, lo singulares que somos (...)».

Hacía mucho tiempo que una novela no despertaba en mí toda una vorágine de emociones. Para ser franca, desde Lo que el viento se llevó, clásica obra maestra donde las haya y que "devoré" hace más de un año, ninguna novela había vuelto a atraparme ni llegado al alma hasta que cayó en mis manos Bajo el sol de Kenia. Casi no recordaba lo que era sentir que un libro te aislaba por completo de la realidad y te mantenía dependiente y encadenado a cada página, al estado emocional de cada personaje. Llega un punto en el que prestas más atención a cómo se sienten esas personas ficticias en lugar de las que te rodean físicamente. La alegría de los personajes por sus aciertos y buena suerte se convierte en tu alegría; su sufrimiento ante las desgracias que acaecen en sus vidas se convierte en el tuyo. Sientes y padeces tanto como ellos, junto a ellos. Cuando cierras el libro antes de acostarte, notas que te es imposible dormir, ni siquiera cerrar los ojos, porque estás pensando en lo último que acabas de leer, en el dolor de un determinado personaje o en lo que sucederá a continuación. Tristemente y poco a poco vas dándote cuenta de que sitúas el marcapáginas cada vez más a la derecha del libro y que disminuye el grosor de lo que te queda por leer. Tratas entonces de autoconvencerte para ir más despacio y alargar al máximo la experiencia de esa lectura. Las páginas y los capítulos se van sucediendo y te sorprendes a ti mismo echando de menos los tiempos pasados narrados en el libro, a los personajes que ya no están; pero no puedes detenerte demasiado a pensar en ello porque la historia avanza y no espera. En algunos momentos, incluso, no puedes evitar adelantarte a lo que estás leyendo en ese instante y te atreves, no sin cierta timidez, a echar un vistazo rápido e inocente a las páginas venideras, y cuando ves que se avecina algo gordo, retrocedes inmediatamente al punto en el que estabas y prosigues la lectura, aunque presa de una impaciencia y excitación incontenibles. En ocasiones hasta te da miedo continuar leyendo y descubrir qué es lo que le depara a los protagonistas... Y cuando, finalmente, la historia te tiene absorbido totalmente en su culmen y apogeo, te sorprende y horroriza a partes iguales comprobar que la siguiente página... Ya está en blanco. Has acabado el libro. ¡Y no puede acabar así!, piensas. 

Todo eso es lo que ha significado Bajo el sol de Kenia para mí

Todo eso y las secuelas post-lectura que me deja en el alma. Creo que, en lo sucesivo, los fantasmas de los Treverton y los Wachera Mathenge tardarán mucho en abandonarme. Estoy casi segura de que, inconscientemente, buscaré su rastro en las futuras historias que caigan en mis manos. No será fácil evadirme de esta última lectura en los próximos días y sé que sus personajes ocuparán mis pensamientos durante mucho tiempo. Ahora están bajo mi piel. Es algo que sentí en cuanto acabé Lo que el viento se llevó con los personajes de Rhett Butler y Scarlett O'Hara y es algo que vuelvo a sentir ahora.

Esta impresionante novela de Barbara Wood me deja un reguero de personajes ciertamente conmovedores: Grace, Rose, Mona, Deborah... Especialmente duras me resultan sus historias y logran calarme en lo más hondo. Porque si de algo habla esta novela, trasfondo histórico aparte, es de pasiones que llegan como las lluvias en África Oriental: escasas veces y de forma tardía, pero cuando lo hacen, lo inundan todo, y son tan capaces de cubrir de flores y verde intenso los campos como de convertir las carreteras en barrizales que lo engullen todo. Pueden provocar la más sublime de las felicidades y el más insoportable de los dolores, las dos caras de una misma moneda. Y, en medio de toda esa marejada, personas frágiles e indefensas tratando de soportarlo todo como buenamente pueden. Pero no somos lo bastante fuertes...

Mención especial merece el personaje de Grace Treverton, inolvidable donde los haya y fuerte de espíritu como pocos.

Poco más me queda por añadir —en realidad me queda mucho, pero tengo que contenerme y reprimir mis ganas de comentar determinados aspectos para evitar hacer spoilers— o, más bien, no sé cómo seguir expresando a través de palabras todo lo que esta novela ha supuesto para mí. Decidí leerla bajo el pretexto de no dejar África por el momento y quedarme explorando un poco más Kenia a través de historias que tengan lugar en ella («Se preguntó qué tendría aquel país que, al parecer, trastornaba el juicio de las personas: qué magia especial había en él que inducía a los hombres a abandonar la vida cómoda.»), y me ha impactado tanto que sé, con toda seguridad, que el próximo libro que lea estará igualmente vinculado al África Oriental. Hasta entonces —quiero dejar pasar algunos días para que Bajo el sol de Kenia no esté demasiado reciente en mi cabeza—, lo único que me preocupa es no haberle hecho justicia a esta historia de Barbara Wood con la reseña...

Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.

P.D.: En un momento dado del libro, se hace referencia a la película Memorias de África (1985), del director Sydney Pollack y con Meryl Streep y Robert Redford a la cabeza del reparto. Es curioso porque hace apenas un par de noches, tal era mi obsesión con Kenia que decidí ver este filme. Me gustó tanto que verlo mencionado más adelante en Bajo el sol de Kenia me arrancó una sonrisa. La banda sonora de la película es preciosa y me acompaña a veces cuando pienso en la historia de los Treverton...


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