Volviendo de África, Corinne Hofmann
Ci vuole coraggio per partire ma sopratutto per tornare («Se necesita coraje para partir pero sobre todo para volver»). Desconozco el autor de esta frase; me la dijo una amiga italiana poco antes de que yo regresara a España (¡gracias, Angela!), pero creo que refleja a la perfección la esencia de Volviendo de África, la continuación de La masai blanca.
Ahora, en Volviendo de África, [Corinne Hofmann] describe su regreso a Suiza tras poner fin a su matrimonio, y las dificultades y alegrías con que allí se encontró. Hofmann detalla de manera sensible y conmovedora cómo fue capaz de construir una nueva vida para ella y su hija, dejando atrás su pasado masai y superando todos los obstáculos con el mismo coraje y optimismo que ambas tuvieron que demostrar en su vida en la sabana africana.
Como escribía mi madre en su propia reseña sobre el libro, «(...) muchas veces las segundas partes no son tan buenas como las primeras, pero no es el caso. El libro se lee de un tirón. Sorprende su narración tan fluida sin ser ella una escritora profesional». Efectivamente, leer la novela es de lo más rápido y ameno: Corinne se anda sin rodeos y describe con mucha sencillez y humildad todo lo que supuso para ella y su hija comenzar otra vez desde cero. Corinne es la primera sorprendida ante lo que ella considera que son golpes de suerte, pero personalmente creo que todo lo bueno que le sucede no es más que el fruto de su optimismo, tesón y actitud ante la vida («El carácter de un hombre es su destino», ¿verdad, Alma Rusa?). Ella misma llega a pensar una vez, tras dar con un piso en el que el antiguo dueño le regala todo el mobiliario, que aquello no era sino un «regalo de vuelta», pues antes de partir a Kenia decidió traspasar «el piso con todos los muebles y enseres a un estudiante» por solamente el precio de su billete de avión.
Cuando Corinne regresa a Suiza nada ha cambiado en su país natal, pero ella ya no es la misma. Las experiencias vividas en África la convierten en una persona mucho más agradecida por las cosas simples de la vida, pero también en alguien más crítica con la sociedad en la que vive y «abrumada» por la superabundancia:
Casi a diario establezco de manera automática comparaciones con África ante todo lo que veo o hago. Veo los rostros alegres de los viejos y de los jóvenes y me pongo a pensar en lo cerrada que se suele mostrar la mayoría de ellos en su vida cotidiana, a pesar de tenerlo todo. Igualmente me llama la atención la falta de respeto con que mucha gente joven trata a los ancianos. Antes de vivir en África yo no era consciente de eso, pero ahora no puedo evitar pensar en cómo se comportan los samburu. Allí el prestigio aumenta con la edad. La belleza se marchita pero, en cambio, uno es tratado con mayor respeto. Cuanto mayor se es —da igual que sea hombre o mujer— mayor importancia cobran sus decisiones. Los más jóvenes no hacen nada sin la bendición de los mayores (...)
¿Y qué sucede aquí en Suiza? Me doy cuenta del gran número de personas solitarias sentadas en los cafés y restaurantes. Nadie se apercibe de su presencia o habla con ellos. Las cosas materiales se poseen en superabundancia, pero lo que falta es tiempo para los demás y solidaridad social.
Puede sonar disparatado, pero a mí Volviendo de África me ha gustado más que La masai blanca, que es donde se concentra realmente, digamos, "lo emocionante" de toda la historia. No sabría decir exactamente por qué me ha gustado más esta segunda parte; quizá por el tono más reflexivo de Corinne, pero sin perder nunca esa capacidad suya tan resolutiva y arriesgada de ir a por lo que su corazón le pide, sin temor a los cambios.
Me he referido a esa experiencia en el Kilimanjaro como «broche de oro» porque me parece además una magnífica metáfora sobre la vida, sobre su vida, y las palabras con que Corinne cierra Volviendo de África constituyen uno de los más nostálgicos y emotivos finales que he leído nunca. Ojalá pudiera transcribirlo aquí, pero temo que entonces la entrada quedaría demasiado larga. Corinne echa la vista atrás y es capaz de comprender muchas cosas, al tiempo que su amor sincero e incondicional por Lketinga permanece en sus entrañas para siempre. Él fue la persona que marcó un antes y un después en su vida y, pese al daño que le hizo y todo el sufrimiento que Corinne hubo de soportar, ella no le guarda ningún rencor; todo lo contrario: le desea de corazón que sea feliz allá donde esté. Su preocupación permanente aun estando muy lejos de su amada Kenia y su alegría sincera por cada buena noticia que recibe de Lketinga y su familia así lo demuestran. Pienso que así es el amor de verdad, despojado de egoísmos: cuando quieres a alguien sólo deseas su felicidad, aunque su felicidad no te incluya a ti. Qué difícil, ¿verdad?
De nuevo me sorprende comprobar cómo un determinado segundo en la vida puede decidirlo todo y cambiar de pronto el ritmo acostumbrado en otra dirección. ¡Sólo hay que tener el valor de permitirlo!Pero si hay algo de esta novela que definitivamente me ha conquistado es ese broche de oro al final de sus páginas en las que Corinne nos relata cómo fue su ardua y solitaria ascensión al Kilimanjaro, el «techo de África», un reto que puso a prueba su fuerza física, de espíritu y, sobre todo, sus sentimientos hacia África. Hace muchos años, yo tuve la oportunidad de realizar el Camino de Santiago y, aunque no es ni de lejos una experiencia tan dura como llegar a la cima del volcán más grande del mundo (estamos hablando de casi seis mil metros y con diversas zonas climáticas que atravesar, pasando del frío al calor extremos y viceversa), pude por momentos sentirme muy identificada con el agotamiento físico y mental de Corinne.
Me he referido a esa experiencia en el Kilimanjaro como «broche de oro» porque me parece además una magnífica metáfora sobre la vida, sobre su vida, y las palabras con que Corinne cierra Volviendo de África constituyen uno de los más nostálgicos y emotivos finales que he leído nunca. Ojalá pudiera transcribirlo aquí, pero temo que entonces la entrada quedaría demasiado larga. Corinne echa la vista atrás y es capaz de comprender muchas cosas, al tiempo que su amor sincero e incondicional por Lketinga permanece en sus entrañas para siempre. Él fue la persona que marcó un antes y un después en su vida y, pese al daño que le hizo y todo el sufrimiento que Corinne hubo de soportar, ella no le guarda ningún rencor; todo lo contrario: le desea de corazón que sea feliz allá donde esté. Su preocupación permanente aun estando muy lejos de su amada Kenia y su alegría sincera por cada buena noticia que recibe de Lketinga y su familia así lo demuestran. Pienso que así es el amor de verdad, despojado de egoísmos: cuando quieres a alguien sólo deseas su felicidad, aunque su felicidad no te incluya a ti. Qué difícil, ¿verdad?
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
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