El jardinero fiel, John Le Carré

Cerca del lago Turkana, en el norte de Kenia, Tessa Quayle, una mujer joven y bella, es asesinada. Su supuesto amante africano y compañero de viaje, un médico al servicio de una ONG, ha desaparecido del escenario del crimen.
El marido de Tessa, Justin, aficionado a la jardinería y diplomático destinado en la embajada británica de Nairobi, emprende su particular odisea para descubrir a los asesinos y sus motivos. Sus indagaciones lo llevan al Foreign Office de Londres, a varios países de Europa, a Canadá y de nuevo a África, a lo más profundo del sur de Sudán, y por último al lugar mismo en que Tessa murió. En el camino encontrará terror, violencia, situaciones cómicas, conspiraciones e información. Pero su mayor descubrimiento será la mujer a la que apenas tuvo tiempo de amar
.
El jardinero fiel es el primer y probablemente último libro de John Le Carré que lea; no porque la historia sea mala —no lo es— sino porque creo que Le Carré es uno de esos autores cuyo estilo cuesta sobrellevar. No sabría explicar exactamente por qué, pero a mí personalmente me ha parecido que, sobre todo al comienzo, desarrollaba la historia con mucha lentitud. No es un estilo que resulte ameno puesto que se detiene mucho en los detalles. Cuando llevaba unas doscientas páginas leídas, me daba la sensación de que apenas habían pasado cosas y no fue hasta que Justin toma las riendas de la situación («Todo lo que me han dicho es que ha hecho suya la causa de su esposa, sea cual fuere, que ya no está en contacto con sus jefes y que vuela en solitario») cuando el libro comenzó a despertarme más interés. Pese a ello, la historia transcurre sin sorpresas, quiero decir que una vez se empiezan a vislumbrar el auténtico motivo y los autores del asesinato de Tessa —o, si no a los asesinos, sí a los que inducen al crimen—, no se producen giros bruscos o inesperados; si acaso comprobamos la implicación insospechada de algunos personajes en el crimen conforme se desarrolla la trama.

Ello no priva, sin embargo, a la novela de una exquisita calidad literaria. John Le Carré fue espía y conoce muy bien cómo funcionan los entresijos y relaciones entre las grandes corporaciones comerciales y las instituciones del país. No en vano se ha ganado los calificativos de «reconocido maestro de la novela de espionaje» y «uno de los más grandes autores de la literatura británica contemporánea», pues describe con cuidada exhaustividad y afanosamente cada detalle, dibujando además en cada personaje un carácter y una personalidad nítidos y bien diferenciados los unos de los otros.

Pero probablemente lo más remarcable de esta novela sea la realidad que abarca y que denuncia: «las fechorías de la industria farmacéutica, especialmente en sus relaciones con el tercer mundo» así como la «costosa y sutil campaña de seducción librada por las compañías farmacéuticas contra la clase médica», en palabras del propio autor —y que el personaje de Tessa denominaría «el gran crimen»—. Yo nunca habría imaginado que las prácticas abusivas y fraudulentas narradas en el libro realmente se llevaran a cabo, es algo que nunca me había parado a pensar siquiera. Podría detenerme en este punto y exponer esas barbaridades disfrazadas de humanitarismo que, además, son encubiertas por los mismos que deberían encargarse de sacarlas a la luz y denunciarlas públicamente —corrupción, se llama. «En un país civilizado nunca se sabe», se encarga de recordarnos Justin en varias ocasiones—; pero creo que forma parte del atractivo de la novela descubrirlas a medida que se va leyendo.

La adaptación cinematográfica de El jardinero fiel (2005) es absolutamente nefasta. Si ven opiniones en exceso optimistas y favorables a ella o puntuaciones demasiado generosas, desconfíen: esas personas no han leído el libro. Ésta es una de esas adaptaciones al cine que es imposible que convenza a los lectores de la obra, sin excepciones: alguien que aprecia la lectura no puede disfrutar viendo cómo una historia es ultrajada de esa manera en la gran pantalla. Jamás comprenderé qué mueve a los directores a malgastar un tiempo precioso del metraje en escenas que en el libro no tienen lugar en vez de invertirlo en desarrollar más fielmente la trama. Tampoco entiendo por qué los guionistas introducen tantas y semejantes alteraciones en la historia —os aseguro que si ese encontronazo tan sumamente fácil entre Justin y Kenny K., el pez gordo de TresAbejas, durante la primera parte de la película hubiera tenido lugar en la novela, ésta habría acabado varios cientos de páginas antes—, deciden omitir personajes y pasajes fundamentales y simplificar la trama hasta dejarla reducida a la nada. Únicamente se salvan los actores que interpretan a Justin y Tessa Quayle (Ralph Fiennes y Rachel Weisz, respectivamente), porque el resto no pegan ni con cola con los personajes descritos en el libro, aunque también es cierto que apenas se les otorga protagonismo. En fin: que nunca una película me había torturado tanto, en serio.

Volviendo a la obra original, que es la que realmente merece la pena —si de algo me ha servido visionar esa suerte de adaptación es para poner todavía más en valor el libro—, la historia me ha gustado. Sin duda la realidad que denuncia es lo mejor de la obra, pues John Le Carré nos ofrece una visión amplia y documentada sobre esa otra hipócrita y retorcida manera —estamos hablando de fármacos— de perjudicar a África a cambio de beneficios, por si el continente no tenía ya bastante con qué lidiar. Como digo, el único problema que veo es el ritmo, la falta de agilidad, para mi gusto, de la historia, que en ocasiones me ha resultado lenta y larga. Pero es de ésas que acabas y te deja cierto malestar en el cuerpo —su final contribuye en gran medida a ello—, porque constituye otra prueba más de que vivimos en un mundo terriblemente corrupto.
(…) francamente, ya va siendo hora de que abandones esa loable pero errónea convicción de que incluso los menos prometedores de los hombres tienen un corazón de oro, y que tú eres la persona que ha de demostrarlo.
Come sin prisas. 
Viaja todo cuanto puedas. 
Y lee... Lee muchísimo.

Nota: hay cierto pasaje de la novela que no me pareció coherente y por más que lo releo no me cuadra. En la pág. 200 del libro, los agentes Rob y Lesley hablan a Justin sobre un camión de safari verde que «hizo noche en Marsabit un par de días antes del asesinato» y cuyos ocupantes «compraron provisiones en la tienda (...) El tabaco era Sportsman; la cerveza; Whitecap embotellada». Marsabit, tal y como indica Justin a los agentes, se encuentra al este del lago Turkana, Kenia, que es donde Tessa es asesinada. Sin embargo, setenta y siete páginas más adelante, sabemos que Justin se encuentra en algún punto de Italia —páginas después se nos confirma que se trata de la isla de Elba— gracias a referencias como «(...) era un precipio con caída libre de trescientos metros sobre el embravecido Mediterráneo» y «Abajo, se extendían las luces de Portoferraio. Enfrente, al otro lado del mar, en la península, titilaba Piombino». En este punto, Justin piensa: «Aquí es donde esperaron tus asesinos en su camión de safari verde al acecho para matarte, explicó a Tessa en su mente. Aquí es donde se fumaron sus asquerosos Sportsman y se bebieron sus botellas de Whitecap y esperaron a que pasarais tú y Arnold». ¿Cómo es posible?


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