Pasaje a la India, E. M. Forster
En esta dramática historia, E.M. Forster describe el conflicto entre culturas a través de la ambigua y tensa relación entre un hombre indio y miss Quested, una viajera británica recién llegada a la India para visitar a su futuro esposo inglés. Situada durante los tiempos del dominio británico de la India, la obra pone de manifiesto el enfrentamiento entre dos actitudes y mentalidades, la de Oriente y la de Occidente.
Me enfrentaba a esta novela que tenía por casa completamente a ciegas. Quiero decir que no sabía nada de la obra, absolutamente nada; no había oído hablar de ella, no conocía al autor, no disponía de opiniones ajenas... Nada de nada. Muchas veces es mejor emprender una lectura en esas circunstancias, porque si la novela en cuestión es realmente buena, nos causará una mayor sorpresa y siempre nos quedará la sensación de haber sido los descubridores de una joya, un auténtico tesoro... Pero no es precisamente el caso.
Habiendo leído Las Vírgenes del Paraíso tan recientemente, imbuida aún por la cultura musulmana y considerándome una apasionada de las historias que transcurren en el lado Oriental del planeta, esperaba encontrar en Pasaje a la India una prolongación de todo ello, una especie de Ana y el Rey pero trasladada a la India. Y, si bien no se trata de una mala novela, siento que no me ha bastado, que se me ha quedado corta y que pasará simplemente a engrosar, sin pena ni gloria, la lista de libros que he leído.
El estilo narrativo indiscutiblemente británico del autor me ha gustado muchísimo. Las maneras exquisitas de los ingleses y su extrema diplomacia quedan muy bien reflejados en la obra, tanto para la bueno como para lo malo: con la misma frialdad y distancia con que son capaces de enfrentarse a una crisis, tratan los ingleses a sus propios invitados indios de una fiesta. Y es que el conflicto colonial ―y naturalmente cultural― entre indios e ingleses es una constante en la obra («[...] ¿con qué derecho [los ingleses] reclamaban tanta importancia en el mundo y asumían el título de civilización?»), pero narrado siempre de forma sutil. Es decir, en la novela no apreciamos grandes choques violentos entre ambas culturas ―si acaso en la escena del juicio―, sino que vemos sus diferencias más bien en los detalles: en cómo se relacionan los círculos de amistad ingleses por su parte y los indios por la suya, en los conceptos de hospitalidad y amabilidad de unos y otros, en sus respectivos temperamentos y maneras de organizarse y de ver la vida... La situación de control por parte de los ingleses y su desprecio hacia los indios no hacen que las relaciones entre ambos grupos sea menos tensa.
Pasaje a la India contiene fragmentos y conversaciones realmente buenos, pero la historia en sí me sabe a poco. Le falta algo, no sabría señalar exactamente qué, pero no acaba de enganchar al lector, una va leyendo la novela y parece que no sucede nada trascendente; en ese sentido, es una novela pausada, poco dinámica. Tampoco siento que me haya descubierto demasiados aspectos de la India ni de sus diferentes grupos étnicos y religiosos. Me habría gustado ―y esperaba― que el autor hubiera ahondado más en esas cuestiones.
La adaptación al cine de 1984 está muy bien. Salvando escasos detalles, es bastante fiel al libro y los actores resultan muy convincentes en sus papeles. Sin embargo, he echado en falta que el final de la película, que resulta demasiado suave, sea exactamente igual que el de la novela, con la misma escena y las mismas palabras, pues considero que ésta condensa perfectamente la amarga moraleja de la obra: la dificultad a veces, casi imposibilidad, de ser amigos cuando se proviene de culturas tan diferentes, especialmente cuando una de esas culturas mantiene sometida a la otra. Los rencores nunca desaparecerán del todo.
El estilo narrativo indiscutiblemente británico del autor me ha gustado muchísimo. Las maneras exquisitas de los ingleses y su extrema diplomacia quedan muy bien reflejados en la obra, tanto para la bueno como para lo malo: con la misma frialdad y distancia con que son capaces de enfrentarse a una crisis, tratan los ingleses a sus propios invitados indios de una fiesta. Y es que el conflicto colonial ―y naturalmente cultural― entre indios e ingleses es una constante en la obra («[...] ¿con qué derecho [los ingleses] reclamaban tanta importancia en el mundo y asumían el título de civilización?»), pero narrado siempre de forma sutil. Es decir, en la novela no apreciamos grandes choques violentos entre ambas culturas ―si acaso en la escena del juicio―, sino que vemos sus diferencias más bien en los detalles: en cómo se relacionan los círculos de amistad ingleses por su parte y los indios por la suya, en los conceptos de hospitalidad y amabilidad de unos y otros, en sus respectivos temperamentos y maneras de organizarse y de ver la vida... La situación de control por parte de los ingleses y su desprecio hacia los indios no hacen que las relaciones entre ambos grupos sea menos tensa.
Pasaje a la India contiene fragmentos y conversaciones realmente buenos, pero la historia en sí me sabe a poco. Le falta algo, no sabría señalar exactamente qué, pero no acaba de enganchar al lector, una va leyendo la novela y parece que no sucede nada trascendente; en ese sentido, es una novela pausada, poco dinámica. Tampoco siento que me haya descubierto demasiados aspectos de la India ni de sus diferentes grupos étnicos y religiosos. Me habría gustado ―y esperaba― que el autor hubiera ahondado más en esas cuestiones.
La adaptación al cine de 1984 está muy bien. Salvando escasos detalles, es bastante fiel al libro y los actores resultan muy convincentes en sus papeles. Sin embargo, he echado en falta que el final de la película, que resulta demasiado suave, sea exactamente igual que el de la novela, con la misma escena y las mismas palabras, pues considero que ésta condensa perfectamente la amarga moraleja de la obra: la dificultad a veces, casi imposibilidad, de ser amigos cuando se proviene de culturas tan diferentes, especialmente cuando una de esas culturas mantiene sometida a la otra. Los rencores nunca desaparecerán del todo.
―Abajo los ingleses de todas formas ―exclamó―. Sobre eso no hay la menor duda. Marchaos, y a toda prisa, os lo digo. Podemos odiarnos entre nosotros, pero a vosotros os odiamos más que a nadie. Si no os obligo a marcharos, Ahmed lo hará, Karim lo hará... en cincuenta o en quinientos años nos libraremos de vosotros, sí, echaremos al mar al último de los ingleses, y entonces ―se lanzó con su caballo sobre Fielding, furiosamente―, y entonces ―concluyó, casi besándolo―, tú y yo seremos amigos.
―¿Por qué no podemos ser amigos ahora? ―dijo el otro, sujetándolo afectuosamente―. Eso es lo que yo quiero. Eso es lo que tú quieres.
Pero los caballos no lo querían, y se apartaron bruscamente; la tierra no lo quería, y producía rocas entre las cuales los jinetes debían pasar en fila india; los templos, el estanque, la cárcel, el palacio, los pájaros, la carroña, la Casa de Huéspedes, que se hicieron visibles cuando los jinetes salieron del desfiladero y contemplaron Mau a sus pies: tampoco ellos lo querían, y con sus cien voces dijeron: «No, todavía no», y el cielo dijo: «No, ahí no».
Puede que en otro tiempo, en otra parte...
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
Y lee... Lee muchísimo.
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