La señora Bovary, Gustave Flaubert
Había oído hablar mucho de esta novela, pero nunca me había llamado la atención... Hasta hace unas semanas, cuando vi este vídeo de Zenda y, paralelamente, el apellido Flaubert mencionado entre las páginas de Virginia Woolf, de Quentin Bell. Entonces me picó la suficiente curiosidad como para, en una especie de arrebato, buscarlo decididamente por las diferentes casetas de la 51ª Edición de la Feria del Libro de Valencia; y, voilà... Lo encontré.
«Será el primer caso, creo, de novela en que se hace burla de la heroína y de su galán. Pero la ironía no perjudica al pathos; al contrario, la ironía subraya el aspecto patético», escribió Gustave Flaubert en el largo proceso de redacción (1851-1856) de La señora Bovary. Alarmados por su «invencible tendencia al lirismo», algunos amigos le habían aconsejado centrarse «en un tema banal, uno de esos sucesos que abundan en la vida burguesa». Al final, tanta sujeción al «tema banal» y tanta refutación del «lirismo», volcadas en la historia de un adulterio en una ciudad de provincias, le valieron un proceso por «ofensa a la moral y a la religión».
Confieso que durante las primeras páginas no podía evitar que la mente se me fuera a otra parte, pero no bien entré en materia —concretamente, este fragmento me arrancó una sonrisa bobalicona mientras leía en el metro— y comencé a toparme con grandes frases para el recuerdo, me interesé rápidamente por la historia de Emma Bovary. En algunos aspectos —la exageración de los defectos del marido al que ya no se ama ni se aprecia, la inestabilidad emocional, la ceguera, la desesperación y el martirio psicológico...— me ha recordado a Anna Karénina (Lev N. Tolstói), ya que ambas obras parten del adulterio y sus consecuencias para desarrollar sus respectivas tramas, si bien Anna Karénina me parece muchísimo más amplia, profunda y compleja a todos los niveles.
Me gusta pensar que Emma Bovary es una especie de Quijote femenina: se ha imbuido tanto de las novelas románticas leídas durante su estancia en el convento que ya no es capaz de distinguir la realidad de la ficción, o mejor dicho, cuando se topa con la realidad, se niega a sí misma que la felicidad pueda ser tan insulsa y sale en busca de lo que todas sus lecturas le prometían. A partir de ese momento, cegada como está por sus fantasías, cree ver una encarnación de las mismas en dos hombres: León y Rodolphe.
(…) le había parecido que sentía amor; pero, como la felicidad que habría debido ser el resultado de ese amor no había llegado, pensaba que probablemente se había equivocado. E intentaba saber cómo había que entender exactamente en la vida las palabras «felicidad», «pasión» y «embriaguez», que tan hermosas le habían parecido en los libros.
El amor, creía, tenía que llegar de repente, con mucho estruendo y resplandor de rayos, un huracán de los cielos que se le viene encima a la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hasta el abismo el corazón entero. No sabía que en las azoteas de las casas la lluvia forma lagos cuando los canalones están taponados; y así se habría quedado, a salvo, si no hubiera descubierto de repente una grieta en la pared.
... Con la diferencia de que, si bien Don Quijote recobraba la paz y la lucidez hacia el final de sus días, Emma Bovary acaba perdiendo completamente la razón y el dominio sobre sí misma. Su continua insatisfacción de la vida hace que proyecte en su marido, Charles Bovary, la causa de todos sus males: visto a través de los ojos de Emma, el señor Bovary es un hombre mediocre y estúpido, pero creo que ésta es una imagen distorsionada por la infelicidad de Emma. Charles me parece, sencillamente, un hombre muy corriente, tranquilo, a menudo ensimismado en su mundo, tan satisfecho con su vida como incapaz de percibir los estados de ánimo de su mujer, en quien sólo ve cualidades buenas. Quizá no era, simplemente, el tipo de personalidad que más encajaba con ella, pero ¿es que alguien podría haber llenado a Emma alguna vez?
En este punto veo interesante abordar la figura de León —me gusta someter a análisis todas mis lecturas y ésta ofrece personajes muy interesantes—, de quien me sorprendió negativamente ver el cambio que experimenta desde que abandona Yonville hasta que se reencuentra con Emma en Ruán. Es uno de los cambios de personalidad más inexplicables que me encuentro en la literatura y, francamente, me desconcierta: del poeta instruido, culto, soñador e inocente que prefiere no declararse a Emma porque ésta está casada, al muchacho enclenque y cobarde cuyo amor intelectual deviene en un deseo desesperado y puramente carnal. Sin embargo, mientras escribo esto, pienso que esa primera impresión de León quizá venga dada también por una idealización por parte de Emma... Una arma de doble filo que describió muy bien Quentin Bell en Virgina Woolf:
Esta era una de las dificultades de vivir con Virginia: su imaginación estaba provista de un acelerador y no tenía frenos. Se precipitaba, dejando de lado la realidad y, cuando la realidad era un ser humano, el resultado podía ser abrumador para la persona que se esperaba que viviera de acuerdo con el personaje que Virginia había inventado.
Y me da lástima, lástima porque tras esa velada en que Emma y León conectan tan armónicamente, todo parece indicar que han encontrado el uno en el otro un alma gemela; lo suyo sí que es amor a primera... ¿Vista? No, conversación.
Dicho esto, el final me resultaba muy, muy predecible —precisamente por las similitudes con Anna Karénina—, pero no así la última página: ese último suceso no lo esperaba, y ha sido lo que ha terminado dándole al libro el punto que necesitaba para que me dejara una huella algo más profunda. Lamento mucho el destino de uno de los personajes, tan pequeño y tan poco querido por su madre...
La señora Bovary es, en definitiva —espero no haber dado demasiadas y explícitas pistas sobre el contenido— una novela muy interesante, pero creo que su impacto en mí ha sido mucho menor porque ya contaba con la gran referencia de la novela de Tolstói. Ello no ha impedido, sin embargo, que disfrute acompañando a Emma durante algunos episodios de su vida y del lirismo con que Flaubert los envuelve.
La señora Bovary es, en definitiva —espero no haber dado demasiadas y explícitas pistas sobre el contenido— una novela muy interesante, pero creo que su impacto en mí ha sido mucho menor porque ya contaba con la gran referencia de la novela de Tolstói. Ello no ha impedido, sin embargo, que disfrute acompañando a Emma durante algunos episodios de su vida y del lirismo con que Flaubert los envuelve.
Se fue calmando luego y acabó por darse cuenta de que seguramente lo había calumniado. Pero denigrar a quienes queremos nos quita siempre algo de apego. No hay que tocar los ídolos: el dorado se nos queda en las manos.
Come sin prisas.
Viaja todo cuanto puedas.
Y lee... Lee muchísimo.
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